Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

martes, 11 de enero de 2011

El hermano que no pedí tener.



Aeropuerto de Copenhagen, Dinamarca.  Llegadas internacionales 17:00 hrs, 6 grados bajo cero.  El vuelo número AF5690 proveniente del Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle, París Francia. Mi hijo, nuestras maletas y yo salimos a la zona de recepción de los viajeros. Mis ojos buscaron la silueta tan familiar a mi memoria, pero fue él quién me encontró. Ahí estaba, detrás de mi, vestido de negro y disfrazado como personaje de South Park.  Le pregunté "¿cómo me reconociste? "ví una caja de huevo "el calvario" y escuche unos guajolotes...tiene que ser ella". Nos abrazamos con cariño fronterizo con la hermandad pura.

Flash Back. La primera vez que vi a Julio, fue en el año de 1990, yo tenía 14 años y él sólo contaba con 9. Era un insoportable, ruidoso y pateable escuincle con corte de cabello de Iván Drago y pantalones de MC Hammer que corría y destrozaba el mobiliario de mi casa en complicidad de mi hermano, el diablo encarnado de exactamente la misma edad. El primer recuerdo que tengo de Julio es mi propia imagen corriéndolo a gritos de mi habitación. 

Su rostro pálido, su pequeña estatura, su frágil constitución, así como su aparente inocencia, lo obligaron a desarrollar una maldad temprana, era eso o ser blanco de abuso de los chicos más grandes del barrio. Mi hermano y él se complementaron asombrosamente, ambos pequeños, pero con una creatividad para la maldad, que aún sigue siendo leyenda. Lo odié (así como a mi hermano) toda mi adolescencia. Nunca salía de casa y siempre se las ingeniaba para poner de pésimo humor a mi padre. O los encontraba viendo porno en la videocasetera o haciendo experimentos peligrosos con los líquidos y polvos que él usaba para las reparaciones domésticas. A pesar de que lo corría a gritos, que me burlaba hasta el cansancio de sus mocos escurriendo de su nariz, de sus estrambóticos looks noventeros, así como de sus espantosos cortes de cabello, él nunca me contestó de mala manera, nunca una grosería; simplemente me miraba y sonreía de esa manera tan  infantil que aún conserva.

Aprendió a tocar magistralmente la guitarra desde adolescente y botó la escuela, decidió meterse al Centro de la Imagen a estudiar Fotografía, pero por azares que ya a nadie importan, eligió el camino de la animación, efectos especiales, postproducción de cine, video y televisión como el vehículo ideal para su incansable creatividad.

Dejé de odiarlo al paso de los años, en lugar de ello aprendí a quererlo con amor profundo, tal como lo hago con mi hermano, crecimos prácticamente juntos y lo admiro como a poca gente en el mundo. Ha tenido el privilegio de tocar junto a maestros como John Zorn (San Idelfonso), Sonic Youth (Salón 21), Pauline Oliveros (Auditorio Blas Galindo) y Yoshida Tatsuia (Foro Alicia). Asistí a verlo tocar la guitarra cuando improvisaba free jazz en conocido bar capitalino, y lo visité en Barcelona, cuando realicé mi primer viaje trasatlántico.

Alejó de su vida a todo aquello que conocemos como arraigo: su familia, sus amigos, su casa, para embarcarse en una aventura que aún no termina. Su talento único lo ha llevado a trabajar para las agencias de publicidad más importantes de Europa. Ha vivido en Milán, Amsterdam, Barcelona y ahora Copenhagen.

Salimos del aeropuerto para tomar el metro de la ciudad, mismo que no cuenta con torniquetes, conductor, ni mucho menos dónde introducir los boletos. El primer voto de confianza al ciudadano. Tú sabes que debes comprar el boleto de viajero -que cuesta la friolera de 45 coronas (310 pesos mexicanos)- pero nadie te pide mostrar el boleto, nadie lo exige sin embargo, todos lo compran. Julio vive en las cercanías de la estación del metro Forum y el camino a su departamento nos regaló una bella estampa de la Ciudad. Copenhagen está adaptada calle por calle para el uso de las bicicletas. Los carriles para ellas privilegian a los automóviles, nadie les pone candados, pernoctan confiadas de que sus dueños volverán por ellas cuando estos salgan del trabajo, escuela o los bares. Ambos recordamos una anécdota que ya es célebre entre el grupo de amigos en común. Hace 8 años en una borrachera monumental en nuestro barrio, amanecimos todos en estado de ebriedad en casa de una chica a la que el “Choco” (impresentable sujeto) quería impresionar, ante la insistencia de la mayoría para preparar los chilaquiles que nos ayudaran al “bajón”, el “Choco” se ofreció a ir al mercado para comprar el epazote –ingrediente básico- para la preparación del manjar de marras, para ello, salió en bicicleta para regresar rápidamente. Pasó cerca de una hora y simplemente no llegaba. Cuando todos nos preocupamos en serio por él, tocó la puerta. La desoladora estampa que nos regaló cuando abrimos la puerta fue apoteósica: su rostro cubierto de lágrimas, un hilillo de sangre corriendo por su cuello y el epazote marchito sostenido fuertemente por una de sus manos, cual naturaleza muerta, aún nos arranca lágrimas de risa. Lo habían asaltado y quitado la bicicleta de la chica que a él le gustaba.  Esas historias no suceden en Dinamarca, aquí la violencia es igual a cero y no existe el vandalismo o el robo a mano armada, ni siquiera con una navaja como la que usaron con el “Choco”.


La primera imagen hilarante cortesía de este lugar, fue al salir de nuestro segundo bar en mi primera noche en la gélida ciudad, es impresionante como la gente toma prácticamente hasta la inconsciencia, pero nadie, absolutamente nadie se rompe la madre cuando se sube a su bicicleta para regresar a casa, incluso los que van acompañados y no pueden más con su humanidad, son llevados sanos y salvos, transportados en unidades adaptadas para llevar a un segundo pasajero recostado.



Julio me explicó que la cultura ecológica que permea en este lugar es absoluta. No reciclar la basura es prácticamente un delito que nadie desea cometer. En cada complejo habitacional se cuenta con 8 contenedores distintos para separar la basura y reciclarla en su mayoría. Si cometes la osadía de no hacerlo –por ejemplo- los vecinos dejan una nota bajo tu puerta y te invitan a no hacerlo más, te retiran el habla y si vuelves al camino del bien, vuelven a ser tan cálidos y amables tal y como es su naturaleza.

Mi visita de 10 días me mostró muchos contrastes en las costumbres y sociedad danesas. Caminando por sus hermosas avenidas en compañía de Julio aprendí a entender. En la Dinamarca invernal amanece a las 9 de la mañana y anochece a las 5 de la tarde, la luz del sol es un privilegio que los pueblos nórdicos agradecen con toda el alma. Aman el sol y hacen todo por disfrutarlo. La gente paga puntualmente sus impuestos, no obstante que cada ciudadano DEBE contribuir con el 50% de sus ingresos brutos, y aunque se lea desolador, no lo es. No pagan ni media corona más por servicios médicos, educativos, vivienda o seguridad. Sus impuestos tienen una alta valía, pero reciben una justa distribución de beneficios. Respetan al máximo el equilibrio natural de su sociedad, no contaminan, privilegian a la familia y sobre todo a los niños.


La avenida principal de la ciudad se llama Hans Christian Andersen, uno de los héroes más venerados de esas tierras. El Tivoli es el lugar más visitado por el ciudadano común así como por el turismo, su estructura de ensueño, sus hermosos jardines. Para el que no lo sepa, el Tivoli es un centro de juegos y diversiones espectacular. En esta ciudad hay más jugueterías que zapaterías o tiendas de ropa, hay más niños en la calle que autos en las avenidas. Legoland  es otro de los lugares consentidos por el pueblo en general. Entré a la juguetería más grande del centro para comprar los regalos de navidad a mi hijo de 6 años y me llevé algunas sorpresas. La primera es que no hay guardias de seguridad, puedes entrar llena de bolsas, subir a cada piso sin pagar tus juguetes  sin que nadie te mire con recelo. Eres libre como niño porque confían en ti. La segunda es que el 80% de los productos que contienen la juguetería son dirigidos a fomentar la creatividad de los infantes: dibujo, pintura, construcción, armado, modelado, diseño, etc. Casi no hay muñecos de acción, pero eso sí, hay muchos comics, tiendas enteras de ellos.




Una amiga me dijo que Dinamarca encabezaba la indigna lista de países que acostumbran la caza de focas, lo cuál me hizo reflexionar un punto. Obvio no estoy a favor de la matanza indiscriminada de esta especie, sin embargo, al menos no permiten que sus niños mueran quemados en guarderías, o de hambre en las coladeras ( podría argumentar).

Julio y yo recordamos nuestra infancia en el lejano barrio de nuestro pasado, los amigos en común, los imbéciles vecinos que aún sobrevivían, los borrachos sin remedio, las jóvenes promesas que resultaron los más tristes fiascos, las bellezas prostituídas, nuestros amores perdidos. Mi última noche en Copenhagen fue delicioso  insomnio. Mis últimas horas las pasé en sus brazos y su cama. Le pregunté cuando iba a terminar la carrera, la búsqueda frenética de la nada.

Me miro con esos ojos infantiles y media sonrisa, contestó que no sabía la respuesta . . . que hacían falta todavía China, Japón, Singapur, pero que por ahora Dinamarca estaba bien, por mucho tiempo más.  Lo alcancé en Barcelona una vez, otra en Copenhagen y si algo tenemos claro él y yo es que no importa en qué hemisferio se encuentre, en qué latitud o huso horario. Nos seguiríamos viendo, buscando, encontrando. Esa es nuestra mayor certeza.


Ya en México, me conecto a messenger, la ventana brillante se abre ante mis ojos. Es Julio, el mensaje simple: “Hola nena, te extraño. . .¿cuándo regresas?”

Yo sólo sonrío, la charla se antoja larga. 

5 comentarios:

Nad Leiruc on 11 de enero de 2011, 22:33 dijo...

Me gusta su Mac!!! y por esos lugares hay intervención urbana muy interesante :)

Shaula on 13 de enero de 2011, 18:26 dijo...

La primera vez que fui a Europa, visité el UK pero no cuenta, fue para 'alcanzar a mi papá'.
Quizás la segunda ya contó, ya con más años y ver a una tía, mamá del Beto, a la que quiero mucho.
El capital social que impera en esas culturas es en extremo enorme, podría decir que es un concepto que los de este lado del charco, no comprendemos aunque lo vivamos / veamos.
Pero el asunto no es ese mana, me conmoviste mucho y he de confesar que los ojos se me 'agüadan' al terminar de plasmar este comentario.
Hay amores que ni la muerte, podría 'matar'. Hay amigos que ni un oceáno entero, podría separar.
Gracias chula, gracias por compartir y hacerme querer a Julio.
YA te extrañaba.

América Pacheco on 13 de enero de 2011, 22:41 dijo...

Gracias Shaula, ¿qué puedo decirte? Julio es uno de mis más grandes amores. Te mando muchos besos, y gracias por no dejar de leer este blog.

Efren Schwarz on 13 de enero de 2011, 22:43 dijo...

Pacheco.. que delicia de texto... has hecho mi noche.. envidio tu amistad con Julio... yo no tengo cuates en Dinamarca!!! Te mando un beso y Chapeau!!! Cual es el "conocido bar" donde tocaba Jazz...ahí si pareciste locutora de televisa... UN BESOTE

América Pacheco on 13 de enero de 2011, 22:47 dijo...

¡Abrazo Nad!

Efrén, no le quites la magia al momento, por favor.

Gracias, carajo . . .así me tocó vivir y no de otra manera. No envidies nuestra amistad, ya somos hermanos. Besos

 

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