Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

martes, 13 de julio de 2010

"Shalom París". Crónica parisina. "La Mosca en la red"



“Ilumina nuestra sabiduría, para que no se extravíe hacia la izquierda o la derecha del camino...Mantén los ojos de ver la falsedad, líbranos del error...Enseñar a hablar con nosotros, nunca nos puede decir una cosa contra tu voluntad”

DAVID SINTZHEIM

*Dedicado con todo cariño a Paula Rosen.


París, Francia. El 29 de marzo de 2010, recorrí junto con Avi Rosen los bellísimos senderos del cementerio de Pére Lachaise. Avi es judío, lo cual cobra absoluta relevancia porque precisamente su religión y las milenarias festividades del judaísmo son el tema y vehículo de esta crónica. Después de visitar la tumba de Oscar Wilde, me contó con nostalgia que en ese cementerio reposaba un rabino muy respetado por su pueblo y que le gustaría que lo acompañara a visitarlo. Recorrimos el cementerio largo trecho, hasta dar con la tumba de sus lejanos recuerdos. Mi ignorancia no me permitió entender en ese instante la trascendencia cultural e histórica que poseía el hombre que descansaba en esa hermosa tumba: David Sintzheim. La tumba de este ilustre personaje ofrece una vista abrumadora y espectacular. La adornan dos sobrias bellezas: una creada por el hombre y otra por la veleidosa naturaleza. La primera de ellas es una escultura en forma de obelisco que contiene inscripciones en francés y en hebreo; la segunda, un robusto árbol que de manera caprichosa decidió crecer y florecer en el centro mismo de la lápida. Ambos elementos le confieren un aspecto que se presta a más de una simbólica lectura.

Sintzheim no era cualquier judío. Fue el presidente del Gran Sanedrín y el más erudito miembro de la Asamblea de Notables creada por Napoleón Bonaparte, el 30 de mayo de 1806. Su enorme prestigio y sabiduría lo convirtieron en el más importante talmudista de Francia y autor de la enciclopedia talmúdica más importante de su tiempo. Su brillante labor como reformista erudito consiguió que Bonaparte reconociera que los derechos de los judíos, como ciudadanos franceses serían irrevocables y luchó incansablemente para edificar una aplicación práctica de la ley judía. El gran Rabí, el venerable hombre de Dios de esa misteriosa religión, reposaba de forma magnífica frente a mis ojos.

Avi se acercó evidentemente conmovido a esa lápida, la besó y abrazó, se inclinó para orar por los suyos y encendió una minúscula veladora de latón. Ante tan conmovedora estampa, sólo me limité a observar a distancia y respeto el inusitado gesto de devoción. Pensé en el tronco y en la esencia misma de la vida. Me sentí por un instante como una brújula distraída de pasado y futuro imperfectos.


Mi último día en París no fue un día común. El 29 de marzo comenzaban las festividades más importantes de la religión judaica: el inicio de la Pascua. Esa misma noche se celebraría su cena sagrada, llamada Pésaj. Esta cena conmemora la salida del pueblo hebreo de Egipto, guiado por Moisés, y marca el hito del nacimiento del pueblo judío como tal. Su trascendencia histórica, como ninguna otra fiesta familiar, confiere un espíritu de alegría restauradora, ya que les recuerda la esperanza y la liberación. Conmemora la conversión del esclavo en individuo libre y la de la tierra misma, desnuda e inactiva, en un campo fértil lleno de vida floreciente. Es por ello que también se le conoce como “La cena de primavera”.

La práctica de esta celebración tiene más de dos mil años de antigüedad y mi breve acercamiento a este ritual tan místico enriqueció de manera sustancial mi percepción de la devoción de un pueblo que, sin importar su ubicación geográfica, no ha permitido que se extingan sus costumbres más añejas y veneradas. Visité esa noche un hogar judío y conocí a una familia encantadora. Paula Rosen por ejemplo, es una mujer de más de setenta años, culta, lúcida, cálida y llena de luz que devora libros, ama la vida y pinta hermosos cuadros al óleo que visten de color y arte cada rincón de su casa.

Me despedí apesumbrada, mi vuelo de regreso a México me obligaba a estar en el aeropuerto a las seis de la mañana. Madame Rosen me tomó entre sus brazos, me besó en ambas mejillas y me despidió con una sonrisa: “gracias por tu visita, vuelve cuando quieras, ésta siempre será tu casa”.

Gracias Avi, gracias Madame Rosen, no tengo manera de retribuirles su amor, su afecto y atenciones. Ese vistazo a su celosa intimidad lo llevaré siempre como un obsequio, como una joya de incalculable valía. Quisiera despedirme con una frase digna de mi recuerdo, pero mi mejor frase ya no tiene palabras, sólo silencios; yo vivo y respiro más que otros días gracias a ambos, podría mentirles, pero no puedo y ahora me es tan fácil decirlo: Les amo.

Shalom mijshpajá Shalom (adiós familia, adiós).

América Pacheco. @amerikapa

http://www.lamosca.com.mx/portal/index.php/noticias/cronicas-globalifilicas/438-cronica-parisina






















2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por sus intentos de comentarios, espero solucionar pronto esto en el Blog.

Unknown on 14 de julio de 2010, 11:41 dijo...

Me gusta mucho! Estuve ahí, en el mismo cementerio, sin la misma historia y con diferentes ojos... Y desgraciadamente sin la misma compañía.
Me hubiera encantado poder vivir algo así, y debo admitir que me hiciste recordar muchas cosas, buenas y malas...
Gracias por regalarme el primer mix de emociones del día América.
Y quiero compartirte esto:
Père-Lachaise

http://www.flickr.com/photos/missroxymusik/sets/72157622734075321/

Besos!

 

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