Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 6 de febrero de 2010

Tormento. *43 Relato



ALMA . . .

Mi nombre significa hoja, me dijo mientras tomaba el miembro de mi amante entre sus pequeñas manos, luego sonrió con esa pequeña apacible sonrisa suya, tan japonesa.
En tiempos que hoy me parecen otras vidas, con otros amantes que hoy me parecen fantasmas había yo provocado ya ceremonias como estas. Ofrecer a mi amante a otra mujer es mi manera de desprenderme, de verlo de lejos, como lejos lo iba poniendo en mi corazón. No he conocido hombre que se niegue, ni he tenido novio que presienta en esa ofrenda una despedida.

Me acerqué para besarla, para oler esa piel tan distinta a la mía, para lamer esos pechos que nunca habían amamantado , tan distintos a los míos. Alberto nos miraba callado, quieto, dejándose hacer como se lo habíamos pedido.
Murmuré al oído de Yoshi : chúpasela - y suavemente acompañé a su rostro con mis y luego con mi boca acompañé a su boca. – Cabrón suertudo - le dije a Alberto .
Dejé a Yoshi seguir a su ritmo, entregarse a su manera y fui por el pincel y la tinta con la que recién le había pedido escribir en la pared : “Frente a la adversidad se como la rama del bambú que se inclina ante la tormenta” . El Twitt hermoso por el que comencé a seguirla.

Ella escribía en japonés y luego traducía para mí en el Twitter, un día le pedí ver su caligrafía y ella me envió por mail un scan con algunas palabras. Luego supe que decían Alma en japonés, Alma mi amiga.

Los miré de lejos, se veían hermosos. Alberto me dijo: ¿Estás bien? Yo asentí pidiéndole con una seña que no hablara más. Sobre la espalda arqueada de Yoshi comencé a dibujar un bamboo, ella me sonrió por un instante al sentir al contacto del pincel sobre su espalda. Yo dibujaba hojas de bamboo en su piel, sin dejar de ver el rostro aplacenterado de mi amante, oyendo la respiración de entrecortada de mi amiga, sintiéndolos a ambos.

Cuando Alberto cerró los ojos, me dediqué a mirarlo, a decirle adiós. Comencé a extrañarlo, comenzó a dolerme. Pero algo en mí se había roto ya, algo que no tenía remedio. Luego, abrazando a Yoshi mirándola a los ojos, le pedí a que Alberto me penetrara y a mi amiga que escribiera sobre mi cuerpo. Entre el trazo del pincel y el ir y venir de Alberto me perdí en un placer confuso, lánguido, más bien triste.


ALBERTO
No se me hace lesbiana- pensé , cuando Alma comenzó a besarse con su amiga. Yo había estado en algún trío antes, demasiado ebrio para realmente acordarme. De Alma sabía que había tenido sus épocas reventadas y siempre me excitó la idea de verla con otra mujer. La verdad no creí que se me fuera a hacer un día.

Siempre uno se cree que en estas situaciones va uno de protagonista , yo - por lo menos esta vez - me sentía más bien como invitado. Alma estaba haciendo todo muy lentamente, no era ese sexo alegre que solíamos tener ella y yo. Un sexo muy directo sin muchas ceremonias. Cuando cogíamos nos reíamos mucho y a mí me gustaba hacer reír a Alma porque la verdad su risa es lo mejor que ella tiene, lo que más extraño.

Yoshi no estaba mal, firme para su edad, los pechitos muy blancos, el sexo casi lampiño. Como que se había hecho un bikini wax antes de venir. Yo quería lamerle el coño, saber como era, ver si sabía diferente, pero no me dejó. Se sentó sobre el pito, sin dejar nunca de tocar a Alma, como si yo no existiera más allá de mi miembro. Yo las dejé hacer, era su fiesta.

Yoshi se iba sin nosotros a Can Cún al día siguiente y Alma orquestó todo sin
pedirme permiso, ni modo que le dijera que no, digo, estas cosas no pasan a diario.
Yo quería a Alma sin estar lo que se dice enamorado, a lo mejor es la edad, el hecho de que pasé tantos años en la adormilada rutina de un matrimonio largo y sin sobresaltos. Mi esposa y yo nos separamos por aburrimiento, porque no tuvimos hijos, porque queríamos saber de otras cosas. El divorcio fue como todo entre ella y yo: de rutina.

A Yoshi no la volví a ver. Alma y yo tronamos unos días después de esa tarde. Sólo entonces entendí porqué le pidió a Yoshi escribir sobre ella esa palabra, esa y no otra.

YOSHI
Nunca había amado a un hombre velludo, nunca antes a una mujer de bronce – a ninguna mujer – quiero decir. Yo, la japonesa tímida y callada, como le había dicho a Alma el día en que por fin nos conocimos. Alma me presentó a Alberto, fuimos juntas a oírlo cantar. Alberto me preguntó cosas de mi vida, no supe qué contarle. En buena parte yo estaba en México porque a mis 40 años sentía que nunca me había pasado nada interesante, que había estado demasiado tiempo viendo el mundo en la pantalla de mi computadora.

- Estuve casada una vez, con un hombre violento –
No sé porqué decidí contarle justamente eso, pero los artistas no escuchan sino lo que quieren, demasiado lo sé yo. Mi padre es así, el centro del mundo, todo gira a su alrededor y cuando pinta todos en la casa debemos guardar un estricto silencio. Nada me cuesta guardar silencio , japonesa callada y tímida, así soy.
Me gustó de Alberto su risa impúdica, altisonante, sus labios, sus ojos de niño. Me fijé en sus manos pequeñas pero varoniles y me gustaron más que su arte. Cantaba canciones lánguidas con más corazón que voz y Alma lo miraba cantar con una tristeza lejana en los ojos, nada le pregunté sobre eso, supongo que así es como miran las mexicanas.

La piel de Alma es morena, desnudas frente a Alberto éramos luz y sombra. Ella, la luz dorada por el sol, yo la sombra pálida de la luna.
Habíamos ido, a solicitud mía, a ver los cuadros de Frida. En una sala había una foto de ella, desnuda bajo el sol Alma dijo: Yo soy así. Alberto se rió y le dijo: Tú estás más buena. Yo me sonreí sin entender del todo las palabras , pero sí la mirada de Alberto.

Alma y yo pactamos nuestro único encuentro frente a la foto del beso entre Tina Modotti y Frida , ella me besó furtivamente y luego me dijo al oído: Si te gusta Alberto, estás invitada. Yo callé y me deje llevar.
Hicimos el amor acompañados, no diría que juntos. Escribimos sobre nuestros cuerpos palabras al azar. Era difícil escribir sobre el pecho velludo de Alberto, así que escribí sobre el anverso de sus brazos y en su frente y en su espalda, palabras que

Alma me decía en inglés al oído, palabras como adiós, venado, mañana.

Alma dibujó sobre mi espalda unas hojas como las del bamboo, yo sobre ella palabras: Música, olor, pájaro.

Alberto me tomó con delicadeza, demasiada creo, casi tímidamente. Asistía a las caricias entre Alma y yo y nunca se atrevió a tomar la iniciativa. Ella tenía la boca y el sexo carnosos y húmedos, yo me sonrojé cuando toco el mío. Alma, mi amiga, la de los labios suaves y las manos sabias. Me hizo gozar y yo a su amigo.

En el fondo presentía que yo era un testigo, y que todo ese rito era cosa de Alberto y Alma un código secreto entre ellos, no precisamente alegre. Qué se yo, ya no los volví a ver ni en el Twitter.

Esto recuerdo: Mientras montaba a Alberto, ella lloró un poco, giró para ofrecerme la espalda, sentada sobre el vientre de su amante que me poseía y me dijo, “ escribe aquí: Tormento”. Y así escribí.

*Relato de "Alexa"

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