Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 13 de febrero de 2010

Sexo sin besos, es la regla. *62o. Relato.




Como todos los días ahí me encontraba saliendo hacía el callejón maloliente y oscuro en el que diario trabajo. Como siempre, también, después de joder con tres clientes, saqué un cigarrillo y lo fumé esperando algún otro cliente ingenuo que creyera mis cuentos para cobrarle más caro, hasta que de entre la cortina de humo formada por el cigarro se formaron mis recuerdos tan nublados e indefinidos como aquella nube que comenzó a molestarme. De nuevo, volví a recordar cómo la conocí a ella, la única persona de la cual me enamoré haciendo mis labores.
Fue una broma en un inicio poner en Twitter “Vendo besos al mejor postor y si es sexo es mejor”, tenía una seguidora que admiraba mis anuncios de fantasías sexuales que yo misma tenía, hasta que me respondió con un: “Yo compro ese beso y a ver si se da algo más”.

Jamás creí que alguien me respondiera, además, creí que era una broma. Del Twitter pasamos a un chat y comenzamos a platicar sobre nosotras, nos compartíamos fotos, celular y después de un buen rato acordamos vernos en un sitio fuera de mi “área de trabajo”. Fuimos a tomar un café, cuando la vi llegar era bellísima, con una frescura y cuerpo divino, de cerca, tenía unos ojos enigmáticos, como ocultando algo…
Platicamos un largo rato, hasta que ella me miró fijamente a los ojos, lo que hizo estremecer todo mi ser, con voz cálida, sensual y segura mencionó como un suspiro: “Vine aquí por mi beso y eso es lo que quiero”, guiñó un ojo. Ante ese gesto no pude contener mi sonrojo, algo en mi ardió que, incluso, sin costo se lo daría a esa mujer preciosa quien me había robado el corazón.
- Incluso sin precio te lo daría – respondí coqueta ante su insinuación.
- ¿Qué? – cuestionó sorprendida y un ligero sonrojo se presentó en sus mejillas pálidas y tersas.
- Como lo oyes… - y sin importarme el mundo de ahí, del lugar donde estábamos, de todo y de todos, me lancé sobre ella, la besé con fiereza y deseo, como si la vida se me fuera si dejaba de hacerlo. Me correspondió con la misma intensidad, jugando con nuestras lenguas, conjugando almas, sintiendo su cuerpo cerca del mío, besaba como una Diosa, nadie jamás me había besado así. Sólo me separé por la falta de aire, abrí mis ojos y la miré tan compenetrada y aturdida que sonreí al verla, volví a tomar aire y la besé de nuevo, pero esta vez con más calma, disfrutando del momento, de ella, de su boca, de su aliento, de toda ella. Sentía urgencia de poseerla, jamás había sentido tanta atracción por una mujer, tanto deseo y lujuria, todos incluidos en ella, en ese pálido y bien formado cuerpo.
Después de varios besos y algunos roces incontenibles por las dos, le susurré al oído: “Vamos a fuera, deseo que seas mía”. Sonrió, pagué y salimos ante las miradas recriminantes de los ahí presentes. Directamente, las dos fuimos al hotel, pagamos una noche y subimos apresuradas a la habitación, deseosas. Cuando al fin cerramos la puerta, ella me atrapó con un beso, su lengua recorría cada parte de mi boca, reconociéndola, sumidas en ese largo beso, toqué su seno blando sintiendo la erección de su pezón lo que me provocó más humedad y con frenesí me fui despojando de mis ropas y también las de ella, hasta quedar en ropa interior, nos tumbamos en la cama y la acosté, desde abajo comencé a besar y lamer sus piernas hasta llegar a la parte que más anhelaba, por encima de la ligera prenda de algodón, olí y lamí su vagina. Seguí el recorrido, su vientre delicioso, me subí en él y masajeé sus senos, gemíamos las dos, quité el bra que estorbaba y pasé mi lengua por sus pezones erectos y oscuros, lamía, mordía, apretaba, gozábamos.
Algo molesta por dejarla inconclusa, me acostó a mí en la cama y se montó en mi vientre, fue más directa, me quitó la tanga negra que llevaba, metió un dedo en mi cavidad, grité porque no lo esperaba, frenética metía y sacaba el dedo, lo lamió, miró mis ojos, su mirada era perversa, bajó su vista y sólo se enfocó en lamer, lamer todo mi sexo, con un dedo estimulaba mi clítoris y yo gritaba del placer, sentía su lengua recorriendo como una experta aquel territorio transitado por muchos penes, de vez en vez, me sonreía y continuaba, disfrutaba de mis gritos, súplicas y delirios al pedirle más y más.
Se acercó a besarme, pero con sus dedos no dejaba de darme placer, mordí su labio por inercia, por castigo.
Cambié la posición y ahora fui yo quien lamía su vagina, con un olor delicioso, perfume que me embriagó desde un inicio, jamás había realizado esa tarea, por instinto, metí mi dedo, sentir su cavidad tan húmeda que me mojó más y empecé la tarea de lamer, meter la lengua, probar sus jugos, ella gemía y pedía más. Quería sentirla, sentirnos juntas, en ese momento, me di cuenta que me había enamorado de ella, tarde ya, porque la deseaba, la quería y sentía mía.
Ella me enseñaba este arte de amar nuevo para mí, una puta de cuarta que se las sabía de todas a todas, pero, ella me enseñó a coger con una chica, me enseñó que el amor viene en el frasco equivocado, ella es a quien amo.
Me recosté en la cama junto a ella, cara a cara, la besé y me dejé guiar por ella, abrí mis piernas y ella pegó sus genitales a los míos, juntándolos y así sentir el placer que el mismo sexo nos proporcionaba. Ambas gemíamos, gritábamos, queríamos más hasta que el orgasmo llegó, yo sin fuerzas, me tumbé en la orilla de la cama, ella bajó a probar el sabor de nuestros jugos mezclados, para después subir a mi encuentro en la cama, nos besamos y quedamos sin decir nada.
Al cabo de media hora, se bañó y se arregló, se quiso despedir de mí, pero parecía que había olvidado algo:
- Bien, ¿cuánto es? – dijo con naturalidad
- ¿De qué? – cuestioné confundida
- Del beso y el servicio… no creo que sea gratis, yo respondí a tu oferta de un beso y si se daba el sexo sería un plus… - confesó sin mucha esperanza para mí.
- Déjalo así – decepcionada – fue suficiente lo que acabó de vivir. Gracias – con cierta tristeza.
- ¿No me digas que te enamoraste? – dijo burlonamente.
- No… ya vete y gracias – intenté mirar hacia otro lado ocultando mi desilusión.
- ¿Sabes? Para ser tu primera vez con una mujer no estuvo mal ¿verdad? – sonrió – Adiós – abrió la puerta y se fue.
Me quedé ahí como todas las noches, abandonada y usada por el cliente, sólo que esta vez me enamoré como una idiota de una desconocida que conocí en Twitter, me idioticé con ella, aún la recuerdo y duele, duele saber que fui una ingenua, tan ingenua que a sabiendas de que con un beso me puedo enamorar, lo hice, ese fue el error, la besé y me entregué sin restricción. De ahora en adelanté, no romperé esa regla, no quiero enamorarme de alguien que sólo me utilizará.
Un cliente me sacó de mis remembranzas y preguntó:
- ¿Cuánto la hora?
- Me conformo con que no haya besos, amigo – sonreí por la ironía.
- ¿Es en serio? – respondió con incredulidad – mínimo ¿me la mamarás?
- Por supuesto, por algo soy puta ¿no? – solté una risita – anda vámonos y discutimos en el acto el precio – miré su cara de preocupación y le respondí – ¡no, hombre, no pongas esa cara que no cobro caro!
- Vamos – mientras se frotaba las manos con cara de lujurioso.
Ay mujer dónde andarás, te recuerdo y me siento pérdida, gracias a ti prometí algo: “Sin besos, Alexa, sin besos”.

*Relato de Makoto.
*Autor: Yuriko T. @locura13

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