Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 6 de febrero de 2010

Seguridad, Discreción y Estilo. *33 Relato.



Ya empezó el cielo a exprimirse las ojeras, y a los que tenemos el alma de mazapán, nos duele el suspiro con dolor de huesos. Carlos dice que la distancia es relativa, dice que es pensar en agosto y en el mole de Oaxaca, dice que se muerde las uñas de las horas, que se muerde hasta el plástico de la botellita de mezcal, dice que si pudiera se mordería la verga hasta arrancársela de tajo, para no atormentarse buscando razones de ahuyentar mi tiempo. Se que le gusta el masoquismo, es su pretexto para escribir. Empecé a contarle mentiritas para detonar su escritura, para que su sufrimiento fuera un poquito más real. Así que abrí un blog donde me anuncié barata barata, de ahí brinqué a un Facebook para deslizar mis ofertas como servidora sexual , en el Twitter, hice mi imperio. Él se encerraba en su estudio, mientras yo posteaba, lo económico que era cumplir las fantasías de cualquier hombre. El masoquismo de Carlos era real. Era esa tortura moral. Si no lo hacia sufrir, no acababa su novela. Hay de patologías a patologías… pero a mi me empezó a gustar el juego. Mi primera cita por Twitter fue con Adán, un tipo tímido, y buen cocinero.

Dijo que lo suyo era el sexo oral, mientras yo partía la fruta para el ponche de su fiesta. Entonces me saqué los calzones, me abrí de piernas en la silla mientras él me hizo llegar al orgasmo, yo tuiteaba, lo que él me hacía, y Carlos, en su notebook encabronadamente, escribía…
Se me fue haciendo costumbre, después le siguió un reportero de un periódico local, luego un estudiante de esos geeks que nadie pela, de programación de la universidad, luego me gusto ganar dinero por medio de las redes sociales. Es menos arriesgado que hacer tratos en una esquina. Yo no soy una prostituta cualquiera. Yo soy solo me voy con quien yo quiera.

Pero dice que el trecho de espera, es pensar que nuestras lenguas son fotocopias, lanzas de estetas que se mezclan entre el diáfano recuerdo muscario y un pedazo de salami, encajado en la caries de la nostalgia.
Conocí en enero las manos de Renato lejanas a las de un banquero, las de él, eran más indecentes que una sábana de esta Posada; las de él me cubrían los ojos para besarme, hacían de mantel dominguero de picnic, de calzón, o cubre lodos. Me gustaba verlo rodear con sus sábanas a mis caderas, entrepierna, nalgas, para ratos después, amortajarme cuando se venía dentro. Sus manos eran capa de toreo y capa de invierno; sus sábanas íntegramente legibles…dispuestas.
Nos leíamos las manos, la poesía, las lenguas, leíamos incluso los fluidos esbozados en las mantas, por eso, con él no existía el trillado tabaco después del buen sexo, mas bien, era crear una carpa con las velas de la cama y sostenerla izada con su verga. En nuestro escondite, leíamos a León Felipe o a Artaud, éramos cartopoetas, cartománticos, cartolingüistas. Y después, cuando subía la marea, Renato de nuevo desaparecía. Y yo regresaba a mi iphone a twitear.
Con Renato no solo fueron Twiteos cachondos, créditos, sabanas, un sin fin de condones y escritura, también estaba la imperiosa necesidad de que colgara cortinas en mi casa y la hiciera de chofer. A veces yo manejaba mientras él leía a Miller en voz alta, pero siempre terminábamos virando el volante y acabando en la cama. X me decía de sus miedos, de sus conquistas, de su amigo el de la gran sonrisa y las botas altas, cuando me levantaba en la puerta de la posada.
Un día le pedí que abandonara el pánico escénico, que leyera mis ojos, que tomara de mi taza y si quería, dejara su cepillo dental en mi lavamanos, que no me pagara, que ya nada me debía. Renato me vio por el retrovisor, mientras el cielo se ataba de una nube, la nunca de sudores. Sonreía de lado, nunca descifré si sabía el futuro, o si disfrutaba la redada de mariposas carnívoras que le desataba en el vientre bajo…

Me gustas mucho, pero sé que no te gusta que te lo diga. Murmuraba, como hablándole al semáforo en amarillo, que nos daba una negrita de silencio.
Me gusta que me digas, que sientes, que te llega, que te emputa, que te hace feliz o infeliz, me gustaría que me dijeras si te remuevo las tripas, si te doy diarrea, si te pego el virus, el detonante de la azarosa fuga, del jamás me tendrás de nuevo, de no sabrás de mi mañana.

Renato viraba de nuevo el timón, como esas vueltas bomberas, o esos giros de juegos mecánicos baratos de carnaval, me tumbaba en el piso del hotel para recogerme, y me decía por los nombres de la madera, de sus amores, por los nombres de los sonidos, las pústulas o las venas de la tierra, me decía de todo, me gritaba con el ritmo del rasgueo de la trova: ojala que te mueres, ojala que te partas la madre, ojala que se te caiga la lengua, ojala esto fuera un sueño, ojala te encarcelen y te quiten la licencia, ojala te mueras, que te de SIDA, ojala me sufras, me sufras sangre, me sufras a venas, ojala te vuelvas célibe y hornees pan por las madrugadas, y estés contemplativa con un rosario en la boca y el crucifijo entre las sábanas que jamás serán como las mías.

Renato nunca dejaba de hablar mientras me cogía, me zarandeaba, me ponía hincada y me preguntaba de los poetas, de los ganadores del premio Elías Nandino o del nacional de Tijuana. Entonces para conservarlo contento, entraba a internet a buscar sobre poetas y convocatorias literarias mexicanas.

Cuando el se terminaba, tomábamos nuestros iphones, y yo seguía con mi negocio, Cuatlihuac me ayudo a sacar una cuenta paypal para poder hacer cibersexo y que me depositaran los clientes. Fue dulce de su parte. El no se acostaba conmigo, solo le gustaba que lo escuchara platicar, mientras fumábamos vencidos de cansancio en su cama o en la mía, a le molestaba la estupidez de la gente. Me leía los ensayos antes de que los publicara. Siempre tuve ese imán para darles dolor y placer a los artistas. A los escritores, chef y hasta a mi maestro de Kung fu. Algunos tenían privilegios, los mas cercanos ya no pagaban en efectivo, podrían traerme sus ofrendas, es decir, el truque siempre me ha parecido erótico y sensual, yo te doy y tu me das…

Pero Renato me exigía como si fuera su puta exclusiva, me poseía como si fuera la última vez que le permitieren coitar. Un día, a medio minuto de su orgasmo, me exigió respuestas sobre los poetas que como él, no les otorgaban becas, empujaba con coraje su cadera, su forma tan austera de vivir, me empujaba de tal manera que sonaba duro el golpeteo de sus guevos en mis nalgas, y me apretaba el cuello, exigiéndome una respuesta. Yo a punto de ahogarme le contesté entre quejidos y lúbricos sonidos, que había dos tipos de escritores, o digamos de poetas, los de oficio y los de sentimiento. Mientras el tiraba de mis extensiones de cabello baratas, y seguía preguntando, yo trataba de hilar ideas, para contestarle en la cogedera: los de oficio, son esos intelectuales que saben de todo, pero los de sentimiento, son los warros que se quitan la piel, luego la zona grasa, las venas, el músculo, las heridas y escriben por donde sea, en esos entras tú. Ahorcada entre su sábana manchada de sangre, cambió de orificio. Se excitaba cada vez más, estaba a punto de venirse, y a la vez, empezaba a disfrutar de mis líneas aprendidas, para satisfacernos, yo entre gemidos le decía: Tú, entras en mí, porque eres depresivo, porque eres el que gana todos tus vacíos, porque eres el que me puede montar mientras escribo.

Carlos terminó su novela. Y se acostumbro a mi putez, ya no le surtí efecto.
Para Renato soy un balastro que vira entre sus manos, solo soy una más, de donde hace copy-paste, y re twitea, a veces me siento poquito más que una puta, cuando deja bajo mi lámpara fundida, los doscientos pesos, un epigrama de coca y un pedazo de servilleta con un fragmento de poema… a veces me siento su musa, a veces, me siento su #FF favorita…su mujer.

*Relato de Andreas Kartak.
*Autor: Elizabeth Sobarzo Gaona @kalitatoo

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