Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

jueves, 4 de febrero de 2010

Salute Your Solution. *22o. Relato.


Todo depende del precio de la canasta básica, pequeño, a estas alturas de tu vida deberías saberlo. A mí no me importa la pensión mensual a tu ex esposa, tampoco los problemas escolares de tu hija mayor que, con un poco de suerte, terminará escuchando las mismas pláticas que yo.

Si sonrío con expresión comprensiva mientras hablas, nene, es porque estas bellas facciones dulcificadas y acompañadas con ojos amorosos están incluidas en el paquete y las casas de cambio no han ajustado sus precios a la baja.

Un momento, vida mía, el móvil está timbrando y supongo que alguien está esperando que me desocupe de este hermoso deber. ¿Quieres que te hable de mí? Por supuesto, eso requerirá una pequeña compensación, el guiño de ojo va por mi cuenta.

Yo tuve un padre como tú y, no, aunque empieces a imaginarlo, no abusó de mí. Claro que si deseas ese tipo de historias, podrías empezar por sacar la chequera. Mi padre sólo era un mediocre hombre de negocios con muy pocas aspiraciones que determinaba sus prioridades con base en el color de la bandera de partido que estuviera en boga. Fue así como logró un par de buenos negocios en distintos sexenios mientras sus hijos crecíamos bajo el régimen de una mujer que era una tirana del barniz de uñas aunque complaciente en cuanto al desempeño académico que pudiéramos mostrar.

Se divorciaron justo cuando estaba por entrar a la universidad y no me preocupó gran cosa. Eran más importantes los rankings de popularidad en el canal de videos y las tapas de las revistas de moda. No sé que habría sido de mí sin esos remansos de alienación diaria. ¿Drogas? No, mi pequeño. Tampoco me disgustan, pero considero que hay mejores aditivos que unas cuantas pastas.

Contrario a lo que te imaginas –aunque puedes hacer uso de unos billetes para un poco de color y aventura en esta historia- mi vida era bastante sencilla y también carente de complicaciones.

Por ejemplo, mi mente no divagaba sobre las movilizaciones masivas en reclamo de justicia ni se preocupaba por las fracturas políticas que terminaban con desbandadas de militantes. Mi vida giraba en torno a un poco de diversión y el correr de las clases rutinarias.

Pero uno se aburre, ¿verdad, cielo? Uno se aburre eventualmente y ni las novelas de vampiros o las múltiples salidas a los bares con los compañeros de universidad me distraían lo suficiente. ¿Sabes lo que es Twitter? Bueno, yo lo descubrí a buena hora, hice un montón de amigos ahí, hasta el día en que el excelente desempeño de las paraestatales eléctricas me dejaron sin energía y, con ello, sin computadora para interactuar en el animado mundo virtual.

Así que salí a buscar un trago. ¿Has visto esas barras donde parece que las botellas forman un escaparate? Pues así me lo pareció a mí esa noche. Y bebí, lenta, casi distraídamente, un par de copas.

Entonces llegaste tú, claro que esto es un decir. Me refiero a que un hombre idéntico a ti se sentó en la misma barra y cruzamos la mirada a través del espejo por el que paseaba metódicamente el bar-tender.

Te confesaré algo, pequeño, y esta va por mi cuenta. En Twitter yo podía ser una reina, en la vida real, me sentía menos que una dama de compañía y cuando aquel sujeto me miró de esa manera, decidí ser la que existía en línea. Decidí tomar un poco las riendas.

No tardó en abordarme, hablarme en ese tipo de clave que tienen ustedes y que es lo más descarado que he escuchado en toda la vida. Es un “irías a la cama conmigo, por favor, prometo pagarte bien”. Parece un ruego. Pero me divirtió bastante y acepté.

Nunca había sentido tal desesperación entre las piernas. No me mires así, nene, que no hablo de mí. Me refiero a “tu otro tú”. Parecía querer desbarrancarse, como si en ello le fueran todas las inversiones en la bolsa de valores (¿te dije que era un inversionista?), como si la vida misma dependiera de esa acostada y, confieso, no lo hizo tan mal. Seguí esa regla mítica de “no besos” pero lo demás, ¡ah vida!, lo demás. Tanta furia contenida, parecía un vaquero insolado tratando de sacarle agua al desierto, arremetía como si pudiera con ello crear un colapso bancario que le llenara las bolsas de billetes, se aferraba a mis pechos con la convicción de quien puede invocar con esa fuerza un milagro gubernamental o una revolución musical que partiera de los clásicos. Y luego, bebe, justo como tú hace un rato. Su sexo estalló en un bramido que parecía querer llevarse todas las cifras de matemáticas económicas hacia el Nirvana del mercado Forex.

Ni su pecho poblado de vello ni su respiración agitada por el constante consumo de cigarros, ni sus ojos apagados por el desvelo o su abdomen olvidado del ejercicio, ni siquiera su pene perdiendo rigidez después del esfuerzo me quitaron la sonrisa de satisfacción orgásmica que experimenté cuando cayó rendido sobre mí. Yo estaba satisfecha, bebé, como hace un rato, agrego –y el guiño va de nuevo por mi cuenta-, satisfecha como nunca.

Ya ni hablemos de los billetes que colocó junto a la almohada con una mezcla de timidez que yo le repliqué con simpatía, hicieron que cambiara mi expresión.

Cuando salimos del hotel y me llevó hasta la puerta del bar, entré de nuevo para pedir una nueva copa. Ahora ya sabes que me gusta el escocés. Bebí quizá un par de copas cuando volviste a aparecer –claro que me refiero a otro tú-. ¿Cuántos de ustedes hay en esta vida?

Recordé el par de horas en aquella habitación mientras veía brillar las esquirlas de hielo deshaciéndose en el vaso. Recordé el sudor en la cama y el aburrimiento en mi casa, el aliento rápido como una transacción electrónica y la lentitud de la vida cuando nada tiene sentido, recordé la alegría de la satisfacción mutua y la depresión de los cuadros colgados en mis paredes, la expresión de hombre como careta ocultando al niño y los saludos corteses de mi madre en el desayuno. Recordé todo como quien mira al mismo tiempo por ambos lados de un espejo de doble vista y sonreí, no para mí, sino para los ojos que me buscaban en el reflejo del escaparate de botellas, sólo interrumpido por el constante pasar del bar-tender.

*Relato de "Ulises Jaimes"
*Autor: Ulises Jaimes @edramagor

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