Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

lunes, 8 de febrero de 2010

Qué más. *46 Relato.


Estaba a punto de venirse cuando él interrumpió:

-Cuéntame algo.

Se tomó un momento para regresar e inició:

-No había cuartos disponibles en todo Tepoztlán. La dueña de un hotel nos armó una casa de campaña en el patio y en cuanto entramos Hugo me arrancó los jeans, me puso en cuatro patas y me penetró por el culo sin preámbulos.
-Esa ya me la sé –repuso insatisfecho. Ya dímelo todo.
-Te he contado todo.
Seguían clavando, ella boca arriba y él encima.
-Llevas seis años diciendo eso y siguen saliendo historias nuevas. Órale, qué más has hecho últimamente.
-Te las he soltado de a poco, pero todas son de antes de conocerte, no es que siga de promiscua, no hay nada reciente –respondió ya frustrada por el orgasmo que se escapó y porque le esperaba un largo recital por representar y ya debía improvisarlo si quería dormirse pronto.
-Me ligué a un cuate en el Starbucks el otro día. Me llevó a su oficina, me presentó descaradamente con sus compañeros como publirrelacionista, me metió a su oficina y cogimos.
-¿De veras? –bombeó más fuerte dentro de ella- ¿me lo juras porque me muera? y enséñame tus manos, no vayas a hacer changuitos.
-No –lamentó ser supersticiosa.
-Es que no me excita si no es cierto. Cuéntame una de a de veras.
-Te platico del trío –se tragó un suspiro e hizo un breve repaso mental para ser fiel a los detalles que había narrado las veces anteriores. La historia real ya era confusa incluso para ella de tanto contarla.
-Ambos se llamaban Daniel. Estábamos en la cantina. Quedó de llegar mucha gente a la salida de la escuela y fuimos los únicos. Uno de ellos lo propuso, el otro asintió.
-En el hotel, cuéntame del hotel –ahora se movía mecánicamente dentro de ella para mantener la erección.
-De pie los tres junto a la cama, yo en medio, nos besamos mientras me desvestían. Yo atinaba a quitarles algunas prendas pero me desnudaron primero y terminaron por desvestirse solos.
-Ya sé, ¡la doble penetración! –la apresuró aún penetrándola a ritmo lento.
-No lo logramos, entraba uno y salía el otro, nos dimos por vencidos, fue una oportunidad única difícil de repetir. -El tono erótico cedió a uno didáctico-. Es raro que dos hombres se animen a compartir la cama, yo lo conseguí y perdí mi oportunidad.
Él se salió de ella y se acostó boca arriba frotando su pene con la mano.
-¿Me la chupas?
Resignada, tomó aire y succionó el pene ya algo enblandecido.
-Segura no hay nada más –espetó en tono afirmativo.
-Nada, te las sabes todas –exasperada pero consciente de que los pleitos con erección de por medio son una afrenta de agravio exponencial hizo acopio de ecuanimidad y agregó:
-Vamos a dormir mi vida, no se pudo, ni modo.

Mientras Alberto le platicaba de su nuevo salón de belleza en la Del Valle, el tercero que abría, se le ocurrió que era un buen candidato para cogérselo y llevar una anécdota fresca a casa.
-Pero proliferan los salones, ¿cómo les puede ir bien a todos? –cuestionó ella para simular interés en la conversación paralela a su monólogo mental.
- Como las tiendas de conveniencia, si hay suficiente demanda todas tienen gente -explicó él- y les va bien aunque estén una tras otra.
Platicaban en el bar del Condesa DF recargados en la barra, ella tomaba vodka tónic y él tequila. Su amiga la había invitado a la fiesta de aniversario de la revista donde trabajaba como editora. Fue sola, a su esposo le repelían los eventos “intelectualoides”. El tipo no le gustaba pero tenía chiste.
-Quiero acostarme contigo –embistió en cuanto encontró una pausa propicia. No nos damos teléfonos, no volvemos a vernos, sólo un acostón.
Tras un breve silencio él se encogió de hombros y mostró las palmas en señal infantil de “yo no fui”:
-Ni me acuerdo cómo te llamas.
-Tú eres Alberto, yo sí me acuerdo pero no importa. ¿Nos vamos?
-Traigo coche ¿y tú?- Ella asintió. -Nos seguimos a mi casa-. Se paró veloz para ayudarla a bajar del banco.
Salieron sin despedirse de nadie como niños que se creen invisibles, él la acompañó a esperar que el valet trajera su coche y la escoltó al lugar del piloto. Se agachó a explicar que iría por su coche y la rebasaría para que lo siguiera a su casa.
-¡Tienes dos sillas infantiles güey! –repicó.
Ella no se inmutó.

-Cuéntame algo -llegó la petición de costumbre en la cama con su marido.
-Cogí con un güey en la fiesta de la revista. Me lo ligué y lo seguí a su casa. Ya en su departamento no sabes cómo me trastornó la idea de estar a punto de ser infiel, el nervio de que por primera vez iba a tener sexo con otro desde que nos casamos, cómo me excitó la certeza de que lo haría pero en el instante previo al contacto, cuando ya me sentía una cochina antes de empezar-. Él escuchaba y en esta ocasión se abstuvo de indagar sobre la veracidad de la historia. -Lo coloqué de pie al centro de la sala y me hinqué sin permitirle besarme. Muy pronto le di a entender que yo conduciría y mi objetivo era verme muy puta. Le desabroché el cinturón, le bajé los pantalones y los boxers y lo mamé como si de mi desempeño dependiera conseguir el último puesto de prostituta en el mundo. De vez en cuando volteaba a mirar su cara y estaba realmente complacido, su expresión y sus jadeos lo delataban. Si pensaba, seguro se cuestionaba qué pedo con esta loca pero él era el afortunado de estar en su boca y eso a mí me excitaba cabrón. Ambos nos utilizábamos y yo estaba determinada a hacer mi mejor trabajo. Tieso y algo viscoso me alejó “ahora yo te voy a chupar”. Me acostó en un sillón y lo hizo. No tardé en pedirle que me penetrara y me condujo a la cama que era una especie de extensión del sillón, el destino donde desembocaba la sala. Me acostó, se puso el condón, me cogió por un rato y cuando yo estaba a punto él se vino. Le pedí que no se saliera y me masturbé con los dedos en el clítoris, en medio de nosotros, me tomó un minuto más que a él.
Su esposo eyaculó incontenible.
-¿Estás hablando en serio? –preguntó después de administrarle una ráfaga de besos tiernos y todavía con el ritmo cardiaco acelerado.
-Sí.
-¿Me lo juras porque me muera ahorita mismo?
-Sí.
-No lo puedo creer, me quiero morir.
Los siguientes coitos del matrimonio fueron muy similares. Aumentaron los personajes y lugares de las narraciones y hubo matices en los epílogos: “Me excita cabrón, pero no puedo vivir con esto”, “puta”, “párale, déjalo como fantasía”, “dime, putita”, “me casé con la más puta, soy un pendejo”, “qué más”, “me pusiste el cuerno vilmente, yo no te pedí eso”, “cuéntame”.

“¿Qué hay amiga?”, tenía un DM de su cuate que sólo conocía por twitter. Revisó su TL y el último comentario de él tenía 6 minutos. Eran las 8:20 AM del lunes y su marido recién había salido al trabajo.
“Inquieta bien, gracias”, respondió por DM también.
“Ya sabes que estoy para lo que se ofrezca”, tardó dos minutos en llegar el siguiente mensaje de @leviatanjr.
“Está bien, voy a enviarte una ráfaga de mensajes y no puedes interrumpir hasta el último que diga he dicho, ¿va?”, instruyó @tamaralew.
En menos de medio minuto recibió un “va”.
Mi marido me pidió un masaje erótico esta mañana. No lo había solicitado antes, pero puedo imaginar la mecánica. Yo tenía sueño pero recién
pagó la ostentosa fiesta de 4 de nuestro hijo y además me invitó a Nueva York de cumpleaños, así que se lo merecía, pensé. De entrada me
excitó esa noción de intercambio mercantil. Inicié el masaje y me calentó bastante. Debido al éxito del contacto físico y a que él me
atizaba con todos sus comentarios que apuntaban a mi putez, “que era una profesional”, “si a poco no tenía experiencia en masajes”,
se me encendió la fantasía. Iría por ti a ofrecerte un regalo. Un masaje erótico. Sería mi oportunidad de complacerte y retribuir a tu
lealtad aunque no he querido conocerte. Mi marido se convirtió en ti. Él estaba boca abajo y yo lo rozaba con mis pezones y mi pubis, le
besaba las nalgas, le metía la lengua rumbo al ano y los testículos y también metía mis manos entre sus muslos y las subía para pellizcar
sus pezones. Cuando ardí en mi fantasía lo volteé y me monté sobre su pene que entró como si lo succionara una pulpa magnética. Me
masturbé con su pene y me vine arrebatada. Él terminó inmediatamente después así que, además de mi líbido, mi vagina se satisfizo pensando en ti.

He dicho.

*Relato de "Anais".
*Autor: @daliaperk

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