Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 6 de febrero de 2010

Por unas Orquídeas. *35o. Relato


Macarena es una hermosa mujer veracruzana de 35 años con una vida sexual muy activa. Tiene los pechos redondos, los cuales comienzan a ser víctimas del pasar de los años, pero cuya firmeza, al verlos provocan aún que cualquier hombre agache la cabeza en posición de humildad y sumisión ante la hermosa línea de su escote, devanándose los sesos en tratar de develar lo que estaba cubierto cual secreto milenario, y la desesperación de tener tan cerca el objeto de sus deseos y al mismo tiempo tan inaccesible (para la mayoría).

Pasó el martes en cama, adolorida, hasta las 6.30 pm de esa tarde solitaria, húmeda y lluviosa en el puerto de Veracruz. El fuerte viento la despertó, a pesar de los analgésicos y lo primero que hizo fue revisar en su celular si había algún tuit de Lázaro, pero sólo leyó a su esposo avisando que regresaba de México con un negocio importante, con lo que aseguraba la construcción de su nueva casa en Playas del Conchal.
Se dirigió a la tina. Prendió la luz y se sentó a esperar unos minutos frente al espejo, con la mirada perdida en la zozobra después de lo que sucedió. Por un momento, no quería pensar lo que estaba por venir. Se distrajo mojando sus labios y pasando su índice sobre ellos para imaginar con rabia cómo se veía al besarlo, bajó la mirada y ahí estaba esa mordida profunda y dolorosa en su pecho la cual comenzaba a cicatrizar.
Tenía que arreglarse para hablar con Alfredo. Si pudiera describir como era su esposo en una sola palabra, ninguna se acomodaría mejor que "ordinario". De estatura regular, tez morena clara con el típico y pálido bronceado de oficina, delgado y no muy bien dotado. Tremendamente predecible hasta en la cama: 3 veces por semana cuando mucho y en las mismas 3 posiciones siempre. Hartaba a Macarena frecuentemente, ya que nunca podían platicar tierna y largamente, ni tener desnudos sudorosos, porque (y ella lo conocía muy bien) todo era silencioso y rápido para quedarse dormido después de su rigoroso vaso de agua sobre el buró.

Le urgía desprenderse de aquél olor embriagante que se había impregnado en su piel con ese salvaje encuentro. El agua tibia y el jabón compadeciéndose de Macarena la distrajeron para que no percatara que continuaba sangrando.
Intentando olvidar lo que estaba por venir, buscó recrear la intensidad de ese orgasmo con sus manos, para calmar así su angustia, pero no lo logró.
En su desnudez pretendía repetir aquella sensación en donde ella se fue. Imposible poner en palabras ese estado alterado de conciencia, en donde se fusionaba el frío y el calor, el odio y el amor, la vida y la muerte, nunca antes experimentado por Macarena. Comenzó con una onda expansiva de silencio que hizo que sus jadeos los escuchara cada vez más lejos hasta perderse en un éxtasis que, en cuestión de segundos, llegó hasta la cabeza proveniente de los pies. Sintió en ese momento que fue absorbida, desde la raíz. Una sensación de que abandonó su cuerpo y ningún pensamiento presente en esos eternos e intensos segundos. No había él, ella, nada.
Imaginó que así debe o debería sentirse la muerte mientras salía de la tina.
Se dirigió a su cama, que fue testigo de esa batalla amatoria traicionera. Y su única cómplice de todos esos encuentros carnales.
Su amante llegó como ladrón por la madrugada, sabiendo que Alfredo estaba en México. La mejor cualidad personal de Lázaro la podemos situar justo entre sus piernas. Alto, fuerte, tosco y con esa fealdad hermosa que tienen los machos que hace que las mujeres suspiren al verlo y lubriquen de imaginarse a solas con él, dominadas, terriblemente mancilladas y dolorosamente satisfechas.
Cogió como el loco y cabrón que era con Macarena, porque con Mercedes, su esposa, es muy diferente. Tenía toda la intención de esa noche tener “su despedida” sin que Macarena lo sospechara.
Al ver a Macarena perdida en esos segundos, impulsivamente la mordió como perro salvaje hasta la sangre. Sonrió y sintió placer al hacerlo, aprovechando que Macarena estaba ausente por ese orgasmo.
Cuando recobró el sentido llegó un fuerte dolor a su pecho, cada vez más y más intenso cerca del corazón. Pensó en un infarto e inmediatamente se tocó y resbaló su mano por la sangre sin entender lo que pasaba. El dolor pudo haber sido más intenso, pero por fortuna aún estaba sedada bajo el placer.
Él siempre le gustó, pero Alfredo era el mejor candidato disponible a pesar de que sabía que no sería feliz con él. Allende de ser una mujer muy atractiva, era discreta con su vida. Nadie sospechaba de ella y mucho menos que Lázaro, socio de su esposo, le compensaba cada vez que se veían. Esta vez acordaron con unos pendientes pequeños de oro rosa con diamantes en forma de orquídeas que había visto Macarena en una página de internet y que ansiaba mostrarlos con sus amistades.
Cada vez que algo quería lo tuiteaba (todos aquellos que pasaban por su Twitter aseguraban que era de los más superficial) para sus amantes, eran pistas para saber qué comprar. Pocas veces repitieron regalos, pero sin ningún problema ella los cambiaba por otra cosa.
Lo hacía para no sentirse usada, exigía regalos costosos a cambio de sexo. Impensable que le ofrecieran dinero, eso era para las putas de la calle de Zaragoza, como decía Macarena. Con este intercambio sentía que era justo, ya que el cuerpo que tenía era para lujos. Pendeja sería sí fuera gratis, se decía a sí misma, ya que consideraba que mujeres como ella, pocas y para un solo hombre, desperdicio.
Y así fue con Alejandro, Eduardo, Fernando, un par de tuiteros atractivos que fueron específicamente a Veracruz para conocerla y varios amantes insípidos que ni vale la pena mencionar.
Lázaro confesó esa noche, que se iba para no volver. Se levantó de la cama. Sacó una caja pequeña del pantalón y la dejó sobre la almohada. Ella solo asintió con la cabeza, mientras se tocaba el pecho. Era tal el susto que no podía hablar y menos, reclamarle.
Él por su parte, buscó el espejo para limpiarse la sangre de la boca, encendió un cigarro y confesó ahí, en casa de Alfredo, que habían descubierto un negocio “truculento” hecho meses atrás en el que el esposo de Macarena fue quién firmó algunos contratos y desconocía lo que realmente pasaba. Lázaro no salió beneficiado por lo que pensaba dejarle el problema a su socio y huir.
Sonrió, apagó el cigarro en una copa con vino aún, se le acercó y la amenazó con decir por todo el puerto quién era realmente ella si decía algo de lo que acababa de confesar. Ella no podía creer lo que escuchaba, y se marchó. Macarena trataba de asimilar la información mientras se ponía los pendientes de orquídeas.
A pocas horas para recibir a su esposo en casa, pensó en las consecuencias que tendría confesar su amorío con Lázaro para salvar el negocio, que su padre con tanto esmero trabajó y cedió a Alfredo hace años, pero se delataría y perdería todo: familia, amigos, dinero, nueva casa y reputación. Jamás había trabajado y a su edad era tarde para comenzar sin saber hacer nada, más que coger.
Terminó de vestirse, ensayó la mejor cara que podía presentar, y no se quitó los pendientes. De todas formas su esposo, entre su apatía y adustez, no percibía los regalos y mucho menos con su belleza que robaba su atención.
Respiro hondo, y bajó las escaleras. Alfredo entraba a la casa con la mirada puesta en su celular. Macarena se dirigió a él: “Alfredo, deja de tuitear por un momento que tenemos que hablar”.

*Relato de "RossaCanela"
Autor: Janina Castro @janinakaas

0 comentarios:

 

Oh sí, también en FACEBOOK

Term of Use