Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

miércoles, 3 de febrero de 2010

Ovelia *6o. Relato



Un día seguí el consejo de una muy buena amiga de Twitter, que para proteger su identidad sólo diré que se llama Alejandra. Me convenció que para hacer varo hay que hacer uso de lo que natura nos otorgó. Es una mujer monísima con la que ocasionalmente me revuelco y tenemos sexo a nuestro modo. Cada quien tiene un concepto propio del tema. Ni me ama ni la amo. Nos besamos, nos mordemos, nos bañamos. Me ha enseñado a trabajar por mi cuenta. Para ser de México, es una espigada y alta mujer. Sus caderas destacan de ese cuerpo delgado sin llegar a la flacura. Debo confesar que me gustan más los hombres, aunque gozo lo indecible con una mujer. A ellas no les cobro. Generalmente son amigas que ceden a mis acometidas de curiosidad. Una vez que se embriagan poco a poco se sueltan y se dejan llevar. ¡Mmm!.

No podía tolerar este incansable deseo de sentir dentro de mi esa caliente parte carnosa del hombre. No me satisfacía acariciarme a lo largo de muchos minutos. No. Esto me rebasaba. Mi deseo de estar agarrando al hombre que fuera con mi carne suave y vellosa y saberlo adentro de mi ser, me mareaba espantosamente. El solo hecho de imaginármelo me hacía mojarme interminablemente. A mi no me importan las caricias ni las palabras dulces y románticas. Eso se me hace una reverenda pendejada. De hecho, por eso no tengo novio. Por eso vivo sola. Por eso me prostituyo. Me gusta un hombre y hago todo lo posible para que crea que me ha conquistado. Es lo que me gusta. ¡Son tan ingenuos! Y sin muchos aspavientos hago que la primera vez que los veo y conozco, me los coja y me paguen. El costo va de acuerdo a lo que me haga falta en casa y según lo vea. Si es un taxista caliente, se lo dejo barato; pero si al que me voy a echar es un ser pudiente, le dejo ir mi colmillo retorcido derechito a su cartera. He visto que en este país el hombre siempre se las da de muy salsa y la mayoría son una bola de inocentes criaturitas que no saben ni siquiera como quitarte la tanga a una mujer sin que se pongan a temblar de los nervios. La mayoría de estas especies sólo sirven para darme un rico, inacabable y suculento gusto a mi cuerpecito.


Una vez que empiezan a hablar de vernos seguido o me hacen la recurrente pregunta de “¿Esto qué pasó significa que somos algo más que amigos?”, me enojo y es buen momento para mandarlos a la goma. No importa si el caballero en cuestión es un adonis, tiene un trozo descomunal o es millonario. No soy interesada más que en recibir su erecto trozo de ardorosa pasión y engullirlo con mi vulva. ¡Ay, qué rico!

No me importa no ponerles condón, con lo que me van platicando puedo inferir muchas cosas. Lo único que busco es que sean limpios, se bañen y me echen su juguito en mis entrañas. ¡Ay, mamá! De veras que lo disfruto tanto. Mi delicioso cuerpo no puede recibir a cualquier pelafustán. Me fascina taparles los ojos. Una vez que me pagan, doy rienda suelta a mi ardoroso y desatado deseo. No hago cosas raras. No hago nada oral, ni anal, ni mucho menos lo permito. Me gusta la carnita encuerada del sujeto en cuestión. Una vez que me trepo a sus amiguitos no los suelto hasta que los hago vomitar esa blanquecina pasión por mi. Para curar mi curiosidad y estar al tanto de mi misma, cada mes acudo al laboratorio a hacerme mis exámenes de rutina. Voy invicta.


En estas redes sociales he podido contactar a muchas mujercitas ingenuas que empiezan sus diálogos con algo tan babas como ”comiendo un elote con mucha mantequilla y chile piquín con mi novio Pepe”. A esas me dirijo rápidamente interesándolas en mi ser, en mis ganas, en la lujuria de la libertad de pensamiento, primero y de cuerpo, después. Son copitos de nieve. Presas decididamente fáciles.

Como ya les dije, a ellas no les cobro. Con mi amiga Alejandra hago orgías con puras mujeres cada dos o tres veces al mes. No fumo, no me drogo y suelo beber una o dos copitas antes de tener sexo. Por semana, con las ganancias que me dejan los hombrecitos calientes, puedo vivir a gusto. Muy a gusto. Los fines de semana estoy en el teatro, el cine, los toros, ando de compras, de paseo o lo que sea con mis hermanas o con amigos que no saben mi verdadero oficio. A ellos, que los respeto y me dolería mucho que se enteraran que me dedico a dejarme penetrar por unos pesos, les digo que soy agente viajera y que ando de arriba para abajo por toda la República Mexicana. “Mi vida son los viajes y los negocios”, les he llegado a platicar. Cuando me siento con ganas de salir de mi departamento los llamo y andamos tomando cafecito, echando helado o tomando cursos de pintura, música o entrando a algún museo, a alguna exposición o a un concierto.

No me enamoro. Me encanta la piel estirada del hombre y las caras que hacen cuando avientan sus semillitas en mi vagina. Creo que cada ser de estos me ha llevado a tocar el cielo cada que entran en mi. Aparte me pagan. Soy plena, feliz.

Hay una niñita que apenas estoy tratando que me dice que me quiere conocer. Dice tener veinte años y tiene novio. Es guapa, según su foto. Es poco interesante, pero cumple con los requisitos, según yo, para tenerla en la siguiente orgifiesta que haremos mi amiga Ale y yo en su depa.

Seguiré en esto unos treinta años más. Puedo ir formando una red inmensa, grandísima de chicas que se dediquen a hacer feliz a otros y obvio, ganando sus centavitos. ¡Qué bueno que descubrí este mundo! ¡Mmm!

Relato de "El Cucaracho"
*Autor: Luis Antonio Jiménez @filipino1967

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