Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

miércoles, 3 de febrero de 2010

Lucía *5o. Relato.




Lucía


Pide.

De los males.


El amor.

Un encuentro es un encuentro. No importa si es sexual, económico, sentimental o escatológico. Este era uno. Punto.

Las soledades en privado tuercen algunas limitantes mientras se enfrentan a otras. La noche cerrada, la luz abierta a las posibilidades de las diferencias. Una transacción electrónica no derrite la tarjeta de crédito, el estado de cuenta sí. Eso hace pensar a cualquiera: “la puta es mía”.

Lucía, veintitrés años con piel aceituna que se antoja atacar con mordidas leves; delgada, menuda, pelo lacio que apenas roza el nacimiento de su nuca, ligero toque andrógino acentuado por delgados labios y boca pequeña, mirada que escapa bajo ese mechón que oculta la mitad de su rostro en el enigma de pensamientos, pechos anunciados, caderas marcadas, espalda suave, algo que cualquiera, cualquiera, quisiera tocar. Frágil; Salvador, hombre en toda la extensión de su palabra, abdomen plano, cabello negro de siete lustros, solvente, metro ochenta y cuatro, potente y profunda la voz, bíceps recortados sin esfuerzo, hombros retando al ascenso de la conquista, grosor en sus labios que fuerzan a la cercanía, firmeza en su mentón, en su mirada y en otras partes. Firme.

El exceso de prendas es un inconveniente de fácil solución. La ropa interior pasa la prueba del encanto pero pronto caduca. Estorba. Yemas que escalan y aprietan pezones, el índice recorre un camino de vellos bajo el ombligo; Las pupilas se clavan, rara vez en ellas, casi siempre en otras anatomías o en un cíclope testigo. Falanges que se humedecen recorriendo cavidades o protuberancias igualmente húmedas. Efluvios inconfundibles de hembra y macho en celo. Él pide, ella asiente. Ella exige, él obedece. El omnipresente placer de la vista repta por donde el amante y la luz acceden; los, sus, aromas personales inundan cada cerebro con recuerdos no siempre compartidos; gemidos distorsionados llegan a sus tímpanos, los decodifican para completar los baudios perdidos de fidelidad; el roce de las manos en la piel de los muslos, de los marcados abductores, la presión en los pectorales o en los senos, en sus nalgas, en el recorrido de sus cuellos, el imprescindible y forzosamente necesario toque de sus genitales. El crescendo de su respiración. Las salivas que viajan de sus palmas a sus regazos, que se resbala, que se hunde, que roza, lubrica, acaricia puntos del abecedario completo. El acercamiento a su clítoris, a su ano, a su glande. Cíclope quieto. La elevación de los testículos, el arqueo de su espalda, la velocidad de la mano, de su índice y dedo medio, estallidos de placer en decibeles y mililitros. Los jadeos cedentes, las miradas asidas, la maliciosa, mutua, sonrisa agradecida. La silla húmeda en Tucumán, el monitor manchado en Monterrey. Este fue uno. Virtual. Punto. Com.

chavasami @luciabarata #FF ganado a pulso. Gracias mil.
luciabarta @chavasami cuando pueda$ puedo.

*Relato de "Padawan"
*Autor: @chipigaro

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