Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

lunes, 1 de febrero de 2010

Las Manos de Trisha. *Primer Relato*


Las manos de Trisha recorren mi cuerpo con destreza, esa destreza que tiene quien vive pegado a un teclado; sus dedos estudian mi anatomía en un braille que ni los ciegos podrían dominar. Sonríe desde mi vientre y sus brazos de ébano se ciñen a mi cintura, como una puerta que al cerrarse me aprisiona.

Las manos de Trisha tienen la misma maestría sobre mis costados que las manos de Thelonious Monk al piano; la melodía que desprenden mis gemidos y sus risas nerviosas es sin embargo mejor que cualquiera que haya compuesto él. Sus labios acarician mi pelvis mientras mis manos buscan hundirse en su cabellera de constelaciones gemelas, de tocar su rostro de deidad mulata. Su rostro comienza a asomarse por la pendiente de mi cuerpo, a aparecer como el sol matutino sobre un campo de cebada, a embriagar mis sentidos. Se arrastra como una serpiente sobre las dunas de mi desértico pecho, hasta alcanzar mi cara, esa planicie que no ha sido tocada por otras manos como por las suyas.

Las manos de Trisha tienen magia vudú, podrían posarse sobre la foto que tengo en la red y atravesar ese circuito de códigos binarios y vaguedades para alcanzar la erección del tótem que cada semana espera su devoción. Son como las manos de Dios, de Krishna, de Buda, de Jesucristo, de Mahoma: las manos de Trisha tienen más verdades que La Biblia y más placeres que las Mil y una noches y el Decamerón.

Su boca y la mía se funden en una batalla que sé bien perderé; su aliento de frutas maduras, de sexos ajenos, de chicles de menta es algo más que un elíxir. De pronto sus piernas se estrechan sobre mí, su sexo aprisiona al mío y los movimientos de su cadera son como el vaivén de las olas un día de tormenta. Es como fornicar con hadas, con sirenas, con deidades, con la naturaleza misma. Como fornicar con la tierra, el cielo, el fuego y las montañas. El sexo de Trisha es una vorágine que arrasa. Es como un templo antiguo (devastado por el tiempo y el olvido) que no ha perdido su magia.

Las manos de Trisha tienen la suavidad de la seda y la violencia del acero: son como el viento que acaricia o golpea según los caprichos del tiempo. Su pecho y el mío danzan como dos guerreros antiguos, antes de consagrarse al fuego que los consumirá.

Trisha es la mejor de las prostitwitters que he conocido. Su cuerpo de deidad amazónica y su acento neoyorquino son el eje sobre el que gira mi mundo desde hace tiempo. Su voz que al gemir parece cantar un blues, su mirada que a veces se llena de incomprensión son los polos que aplastan mi mundo.

Las manos de Trisha tienen uñas enormes como dagas que se entierran en mi espalda y su filo acaricia mi barba, la desnudez de mis labios que tiemblan de saberla cerca. Sus dedos recorren mi cuello, mi pecho, mi vientre; acarician mi sexo abatido y satisfecho que se esconde tímido entre las sábanas.

Las manos de Trisha toman mi rostro y lo vuelven hacia ella, para mirarnos de frente. Sonríe y desliza su índice por mi nariz y mi boca que lo busca con avidez, me dice que tiene que irse, consulta su Black Berry y añade que tiene un par de citas más tarde.

Las manos de Trisha me dicen adiós desde la puerta, roban besos de su boca para mandármelos, y prometen mandarme un tweet esta noche, al menos para desearme dulces sueños.

*Relato de "Sebastián Morales".
*Autor: Israel Valencia @elgranhutch

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