Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 6 de febrero de 2010

Gracias por la cena. *41er. Relato.


6 mil pesos, una cena y el cuarto de hotel. Eso fue lo que pagué por estar con ella. Un amigo me contó que esta niña estaba subastando su virginidad. Todo fue mucho más sencillo de lo que esperaba. Contactarla vía Twitter, si le dabas confianza pasabas a Messenger y de ahí, a iniciar la puja.

¿Por qué venderías tu virginidad a los 16 años? De entrada, porque todavía es creíble que a esa edad seas virgen. Al menos así lo pienso, si me salen con que alguien vende su himen a los 25 años, me cagaría de la risa. Obviamente también apelaría al más oscuro sentimiento pederasta que todos tenemos. Es como, si al coger con alguien inocente, vengaras el momento en el que te despojaron de un mundo al que nunca vas a volver.

¿Qué te llevaría a ofrecer tu primera vez a cambio de dinero? Tal vez, drogas, pero sería demasiado cliché. Tan cliché que se vuelve poco creíble. ¿Para qué quieres 6 mil varos a esa edad? ¿Conciertos? ¿Pedas? Es realmente inverosímil la situación. ¿Qué un desconocido te la meta, te cause dolor y te trate como un animal vale ese dinero? La mente de una mujer es el torbellino más siniestro, pero la de una adolescente, debe ser casi el infierno.

Me intrigaba demasiado. Cada DM era una invitación a imaginarme a todos esos que la deseaban penetrar una y otra vez, casi babeando, como animales. Esta niña no ponía condiciones, más que la cena y el cuarto de hotel. No le importaba usar o no condón, no le interesaba si había o no sexo anal, le valía un carajo si la orinabas, la escupías, le pegabas. Sólo quería cenar en un lugar bonito. ¿Realmente sabía a qué se estaba exponiendo? ¿O pensaría que contaría con la suerte de toparse con un caballero que la tratara como princesa?

Tampoco había restricciones físicas. Cualquiera podía ofertar, así tuviera 50 o 15 años, fuera gordo o pelón, soltero o casado, sin miembros o con dedos extra. Se lo pregunté. A todo cuestionamiento obtenía la misma respuesta. No importaba siempre y cuando cumpliera con los dos requisitos previamente anunciados e hiciera una buena oferta.

Al principio, pensé que al verla llegar sería un adefesio adolescente, lo cual, justificaría venderse al mejor postor, pues nadie más tendría el valor. Pero, mi sorpresa fue inmensa al ver a la Lolita más hermosa que pude haber imaginado. Estaba buenísima, digna de una erección inmediata. Y sus ojos eran bellísimos, pero opacos y ausentes.

¿Por qué me eligió a mí? No sé. 6 mil pesos seguramente no fue la mejor oferta que recibió. Cada parte de su cuerpo que mi lengua recorría hizo que la inversión valiera la pena. Ella, casi autista, se dejó hacer todo sin apartar la mirada del espejo que estaba en el closet a un lado de la cama. Pero no sabía, no se imaginaba que se había topado con una profesional. No imaginó que antes del suyo, miles de clítoris explotaron entre mis dientes a cambio de unos billetes.

“Tú no eres una puta, estás aburrida, deja de hacer pendejadas”, le dije en tono maternal. Le di el dinero, un beso y cerré la puerta de la habitación. ¿Me habré quedado con algo de su inocencia? ¿Se habrá llevado ella lo que quedaba de mi esperanza? “Gracias por la cena”, respondió en voz baja.

*Relato de "Maligna"
*Autor: Laura Angélica Martínez @lalamagica

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