Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 13 de febrero de 2010

Flor de alquiler "71er. Relato



Mece la cuna despacio. La pequeña duerme envuelta en un enredijo de colchas remendadas. Mira en el cristal de la ventana su reflejo distorsionado, si no por el vidrio opaco, por el rastro de los años. Afuera llueve. El barrio miserable aún duerme al amparo de la lluvia que refresca y se lleva la suciedad de las calles.

Bebe café de una taza despostillada para entibiar el cuerpo que se estremece por el frío. La neblina de la mañana parece colarse hasta su memoria, hace estragos, una imagen de luz y sombras desdibujada, el recuerdo de su madre en los últimos años, sus temblorosas manos, las largas uñas encorvadas, amarillentas y descascaradas de pintura roja. Su piel surcada por las amarguras del tiempo, pegada a los huesos, los labios marchitos, los ojos enfermos de desvelos.

No recuerda si son veinte o más los años transcurridos desde la última vez que su madre le contara cada noche y desde el calor del alcohol, del hombre que la abandonó a su suerte, después de saciarse de ella. La vida le había enseñado el camino difícil de la vida fácil para sobrevivir en aquella selva de concreto donde los animales gruñen no sólo por hambre. Nunca pensó en regresar al abrigo paterno del cual fue arrancada, la mancha de la vergüenza es indeleble al tiempo y la cadena, tan difícil de romper.

Ahora ella es sólo una más de tantas que se perdieron en el camino, una mancha en la cama, un nombre anónimo en el Twitter que se olvida cuando llega la mañana.

La lluvia cae, el café se enfría y la tristeza llueve por sus ojos cargados de pesar y de nostalgias. Un recuerdo vago, desteñido de emociones, la abruma: gatitos jugando con burbujas de colores. Su madre ahogaba camadas enteras.

Hoy no maquillará sus ojos con sombras de la noche, ni cubrirá su cuerpo con vestidos entallados para salir a buscar compradores de su perfume falso de flor de alquiler, más por la necesidad de la costumbre que por ganas. Mientras en el canastillo duerme la tercera generación de su desgracia.

Mece la cuna despacio, la pequeña aún duerme envuelta en un enredijo de colchas remendadas. Mientras ella mira la lluvia gotear por la ventana, sostiene con ternura una almohada sobre el pequeño bulto que, sin moverse, sin siquiera enterarse, solamente muere.

*Relato de Luna Fría.
*Autor @Xcanda

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