Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

sábado, 6 de febrero de 2010

El Electrodoméstico *37o. Relato.


-Hace un par de semanas leí en el timeline del Twitter de alguien: “Sexo express, dí donde y yo llego, felicidad absoluta, orgasmos inolvidables”. Al poco tiempo volví al mismo timeline a ver qué había pasado, si alguien había respondido a la provocación. Al parecer no, aunque no tengo la seguridad al respecto; solo tres tweets más se sumaban a aquel que llamó mi atención. “Pobre idiota” fue mi pensamiento más acertado; ésto no le resultó negocio. Parecía que nadie había caído con el sebo a pesar de lo explicito del texto y de la tentadora imagen de buen gusto que mostraba el avatar. Inclusive aunque la fotografía era nada vulgar, no me motivó el seguirle y ver como evolucionaba, o si alguien mordía el anzuelo. Perdí la curiosidad, y eso es mucho decir. Me pareció aburrido y poco confiable el hecho de que en el lapso de aproximadamente dos semanas solo hubiera tres tweets adicionales. -Tomó aire y continuó- ¡Pero el otro día, el otro día! -abanicó fuertemente una mano- Uy, ¡que barbaro! -interrumpió para beber; dió un sorbo largo para refrescarse la garganta y darle tiempo a su rostro para en él se desvaneciera el rubor.

-¿El otro día qué? ¡Cuenta! -espetó.
-El otro día alguién en mi timeline escribió: “vendo besos, vendo besos”.
-Ajá ¿y luego?
-Pues luego le pregunté qué a cuánto, y me respondió una cantidad ridícula diciendo: “tanto por la orden de besos con todo”. Yo le contesté que nunca había pagado y que todavía no pensaba hacerlo.
-Jajajaja -rió, y luego con socarronería dijo-: ajá; claro que nunca has pagado, bueno ¿y qué pasó?
-Nada, que entonces escribe: “pero no son cualquier clase de besos, son los mejores y con todo” y luego por mensaje directo me dice: “mis besos tienen precio y el resto de mi también” y pues que con eso me prende como chingados no, si; además el tipo está buenísimo, y me acordé del que te platiqué primero. A éste si le doy como no. Si por algo lo sigo.
-¿Y qué más pasó? ¡Dime no me dejes así! -volvió a espetar.
-Pues nada que ahí lo deje. No le he respondido.
-Pero pues no que te gustaba, ¡que idiota estás!
-Sí, pero cobra y a mí eso no me late. Nunca he pagado.
-Pues siempre hay una primera vez; haz como si compraras algo que se descompuso, y que no tenía garantía. No sé un electrodoméstico iraní o algo así. Además; ahí está el tipo disponible, dices que está muy bueno y tiene garantía.
-No, el de la garantía era el otro.
-Pues le dices que te dé garantía y ya. Es más; márcale; quiero ver que le marques. Ya es justo que te pase algo bueno. Si no le marcas tú, le marco yo.
-No tengo su teléfono; solo lo puedo localizar por Twitter.
-Pues enviale un tweet. ¿Traes tu móvil?
-Si, pero desde el móvil no puedo mandar mensajes directos, de esos que no ve la demás gente.
-¡Con una chingada! Estás buscando pretextos; tú y tu auto sabotaje. Siempre es lo mismo contigo.

Al día siguiente le daba vueltas la conversación de la tarde anterior: “Estás buscando pretextos”, “Tu y tu autosabotaje”, “Siempre es lo mismo contigo”. Y si, siempre era lo mismo. Era verdad. El autosabotaje ya formaba parte de su cotidianeidad.
Cuando llegó a la oficina, decidió romper el esquema y tomar el riesgo ¿qué podía perder? se preguntó: dinero. Podría quitarse la sensación de culpa pensando que era un electrodoméstico iraní lo que había comprado y del cual no le habían dado garantía. Seguramente los electrodomésticos iraníes eran muy malos porque no conocía ninguna marca que viniera de ése país. Decididamente encendió la computadora, accedió a la página de Twitter y se firmó: @danielazegers. Inmediatamente escribió en un mensaje directo: “¿a qué te referías con eso de que tus besos vienen con todo?” y sin penarlo presionó el botón de intro. Ya lo había hecho y aunque podía echar marcha a atras, prefirió aventurarse y esperar la respuesta. La misma no tardó en llegar; en ésta se leía: “eso no necesita explicación, lo que hace falta saber nada más es, si tienes la seguridad de querer comprarlos y pagar por ellos”.

Definitivamente @bbone le resultaba atractivo; le seguía y el hacerlo era un indicio de eso. Su timeline era vanal como muchos otros, pero tenía toques dulces y frases ingeniosas; por algún motivo a pesar de que tenía cuenta protegida le había dado acceso a su timeline en el cual abundaban las chicas lindas. @bbone no le parecía un tipo aburrido y tampoco alguien que se dedicara a la prostitución. Como escribía, parecía que vivía con sus padres; le gustaban las aventuras de repostería de su mamá. Solo de vez en cuando aparecía una oferta estimulante similar a la que le sedujo, parecida a: “@bbone en venta”, o “deposita monedas, presióname aquí, y me tienes listo y calientito”, o “adquiereme”.

No tendrían problema en reconocerse pensó. Las fotos de sus avatares eran bastante confiables. Por lo menos eso quería creer. Tendría que confiar. La cita era en el Hotel del Valle, gran cosa. Le había dicho que llevara el bañador, podrían usar la alberca antes de subir al cuarto. No tardó en registrarse. Una habitación en el tercer piso con vista a la piscina que tenia forma de pie. Pensó que sería mejor que le alcanzara en la habitación y como le había pedido su celular le envió un mensaje: “habitación 308 a mi nombre”. A la media hora, quizás antes ya tocaban a la puerta. Sin lugar a dudas era él, y efectivamente; el propietario del usuario @bbone correspondía perfectamente a la imagen de esa fotografíía que bien podría ser la portada o la página central de una de esas revista como PlayGirl, se encontraba parado justo en la puerta con una complicidad un poco atemorizante.

Cuando entró a la habitación; no se dibujó ninguna sonrisa en la cara de @bbone; ya venía sonriendo. Caminó hacia el interior del cuarto, llegó hasta la mesa donde había dos sillas, se quitó la remera y la arrojó sobre una de ellas; su tórax exquisito quedó expuesto. Lo hizo con tanta armonía que parecía se dedicaba a crear coreografias de danza contemporanea. Algo en un gesto al estirar el brazo le hizo recordar a Pina Bausch. Y aunque no lo era tenía cuerpo de bailarín. Los jeans ajustados presumían unas nalgas y un paquete prometedor. @bbone se acercó hasta su presa, extendió la mano diciendo: “hola, mucho gusto”. Con un tirón del brazo le hizo dar dos giros como en un paso de baile para poder rodearle con sus brazos por la espalda al mismo tiempo que le sujetaba la cintura con la destreza de un taumaturgo.
-¿Tosn qué Dani? -susurro en su oido mientras le daba un ligero mordizco y brevemente le dio un chupetazo en el cuello; fue tan leve que se sintió como el aleteo de una mariposa- ¿Crees que mis besos valgan los dos mil pesos? Recuerda que vienen con todo y son los mejores.
-Daniel. No me digas Dani, no me gustan los diminutivos -respondio hipnótizado por la dulzura del tono de aquella voz que le causó el mismo efecto que tiene una flauta hindú sobre una serpiente.
-Entonces ¿qué te parece si primero me pagas y después te entrego tu pedido? De cualquier manera te extiendo garantía -y regresó a su rostro aquella sonrisa con la que había entrado; una sonrisa de sacerdote cuando en misa invita a que los fieles se den la paz entre ellos. Digamos que esbozo una sonrisa previa a la eucaristía-. Y dime ¿por qué la “a” en tu username de Twitter, @danielazegers? -hizo enfásis en la “a”.
Sin titubear y ya sin los nervios que hasta que fue abrazado le consumian, Daniel sacó de su cartera cuatro billetes de quinientos pesos, los dobló y los introdujo en el apretado bolsillo que se ceñía contra las nalgas de @bbone, las acarició suavemente, sin pudor, como si lo hubiera hecho muchas veces y reconociera el talle de aquel joven. Daniel podría ser mayor, digamos unos diez años. Era efectivamente la primera vez que pagaba y pensó en ello. Se acordó de Fabiruchis. El nerviosismo regresó; sintió un fuerte escalofrío bajarle por la espalda. Hizo un intento por relajarse; así que se zafó de ése abrazo y se giró para ver a los ojos a su victimario. No vio nada. Los ojos transparentes de canica color aguamarina de aquel chico no le infundieron temor. Tampoco seguridad. @bbone percibió la incertidumbre del “cliente primerizo”. Se adelantó, bajó la cremallera del pantalón de Daniel, amasó el bulto bajo el slip que ya tenía una erección a la mitad, lo sacó de su envoltorio, se hincó frente de él y así se lo llevó a la boca.

*Relato de "El Berlinés".
*Autor: Juan Sánchez-Larrauri @juanelmagnifico

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