Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

jueves, 11 de febrero de 2010

Chencha. *55o. Relato.


Chencha
Me llamo Crescencia y soy bien putona. La gente que me conoce sabe que no nada más vendo dulces afuera de la prepa X del Estado. Estoy hecha una marrana, no soy una mujer limpia. Nunca lo he sido. Eso no me importa. Mi marido huyó hace ya tiempo de mi lado. Tengo seis hijos que ya están grandes y ya todos se fueron del Estado y cada uno hizo su familia. Bien o mal ya puedo hacer lo que mi furor uterino me dicta Yo pedí que me dejaran vender aquí en la calle norte de esta escuela porque estando todo el día en la calle una se entera de cosas. Muchas cosas.

Surto mi puestecito de golosinas en el mercado de abastos de mi colonia. Pero ese sólo es el parapeto para dedicarme de lleno a lo que me gusta: ganar dinero. Más del que pudiera ganar en cualquier otro empleo. Los pinches chamacos son re-calientes igual que yo y ya tengo clientes habituales. He escuchado que entre ellos se ponen de acuerdo por medio de la computadora en algo que dicen se llama Twitter. No sé exactamente a qué se refieran, pero con que vengan para mi es lo chido. Saben mis tarifas y también las claves. Cuando algún alumno quiere que le dé unas jaladas con la mano le cobro quince pesos. Si su ansia es mucha, le ofrezco unas buenas chupadas para tragarme sus jugos por cincuenta. Para chaquetas deben preguntar por “chamoy bien picosote”. La cosa es rápida. Todo lo hago detrás del zaguán de la puerta donde me recargo enfrente de la salida norte de la escuela. El portón donde me pongo pertenece a una vecindad ya casi en ruinas y sólo viven ahí un para de viejitos que ocasionalmente salen a tomar el sol en la puerta, pero nadie más. Me lo dejan solo para hacer mis porquerías. Aunque esté fea los jovencitos me buscan. Uno que otro ha confundido mi trabajo y hasta me han invitado al cine o a un museo los fines de semana. Obvio, los mando a la chingada y les digo que no confundan un rato de agitación con cariño. Si quieren sexo vaginal o anal ya saben que me deben preguntar por el “choco roles o choco krispis”. El primero es por delante y el otro por el detrás. La cosa es con condón o sin condón, depende de ellos. A mi no me importa mucho eso. Yo sólo quiero su dinero primero y su miembro después.
No nada más la comunidad escolar me visita, también los puesteros de la zona buscan con avidez mis servicios. Y eso que estoy horrenda y pocas veces cedo al feo impulso de bañarme. ¿Qué sería si fuera aseada? Nel. No creo que algún día cambie. Ya tengo cincuenta y tres años. Ya pa`qué.

Chito es un pastor alemán cruzado con perro corriente que me acompaña en mis horas de trabajo. Cada que cierro el trato con algún cabrón caliente, ahí va tras de mi y sólo se queda viendo la acción moviendo la cola y en su carita luce una mueca como de felicidad. Le gusta ver como me retuerzo ante los embates llenos de fuerza de estos hombres. Nunca los ha mordido. Lo que sí es que cuando me pongo de pie y me trato de tocar las puntas del pie, con los calzones abajo, claro, por deseos de mis visitantes, se para en las patas traseras y me da unas lamidas bárbaras llenas de pasión que me deja dispuesta a lo máximo para recibir a mi cliente. Ellos sólo se divierten y a veces en el trance del espasmo final me gritan pendejada y media o a algunos les da por llorar. O de felicidad o de sentimiento. Yo, con ese amor maternal que debe tener alguien que ha decidido lidiar con estos latosos, soy muy paciente. Es más, me divierte más y me hacen el día más corto esos güeyes que en el calambre se ponen a expresar cualquier cosa a aquellos que no dejan salir ni un “ay” de sentimiento.

Ese cosquilleo de felicidad y placer que me recorre mi gordo cuerpo cuando estoy en el trato de si vamos atrás del zaguán o no, me pone las chichis paraditas. Nunca les dejo que me quiten el delantal ni la blusa que siempre llevo debajo. No creo que les gusten mis pezones agrietados llenos de pelos de largo tamaño. Sólo dejo que me manoseen por donde quieran. Si me gusta el chavo o el dueño del puesto que tenga a mi disposición me dejo dar besos en la boca, si no me cuadra, sólo besitos en mi cachete. Al fin hay espacio.

En la clandestinidad de mi trabajo, la policía está enterada de mi actividad lúdica y cada tercer día recibo entre cuatro y seis oficiales que van por su meneadita, chupadita o clavadita; claro les tengo que hacer una rebaja del 50%. Me la piden para seguir trabajando aquí en mi puesto de dulces, a un lado de la salida norte de la prepa X de aquí del Estado, para seguir dándole placer a tanto niño travieso y a tanto hombre solo. Me llamo Cresencia...

*Relato de "Eurípides"
*Autor: Luis Antonio Jiménez @filipino1967

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