Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

jueves, 11 de febrero de 2010

Así no . . *59o. Relato.



Tenía tantas ganas de verte por primera vez. Te leía en los periódicos y no lo podía creer: una escritora soberbia dedicada a la prostitución. ¿O qué fue primero?

Me interesaban tanto tus fotos crípticas que mostraban tus desnudeces pero escondían tu alma de la mirada de los lectores. Deseaba tenerte tanto en mis brazos como en mi mente. Estabas a la distancia de un celular y unas cuantas monedas. Tu voz aniñada como tu cuerpo acordó el momento y el lugar. Ahí estaba, con una botella de Merlot, un par de copas y mi saco oculto en un pequeño armario. Llegaste puntual; con el cabello alborotado y húmedo, al fin encontré tu alma reflejada en tus pupilas avejentadas. Menudita, graciosa, de menos de veinticinco años, pequeños surcos morados bajo tus ojos acusaban tus batallas intestinas, recibiendo embates tantas veces al día. Me diste un suave beso en los labios y te sentaste en la cama con ese pantalón a la cadera que dejaba ver la línea azul de una tanga brasileña. Aceptaste compartir el vino y me platicaste de cómo te gusta disfrutarlo con tus mejores amigos, acompañado de quesos, de risas y de música. Brindamos por estar juntos evadiéndonos del mundo que afuera se había detenido para contemplar sin ser invitado a nuestro momento de intimidad pautada. Apuramos una copa tras otra y nuestras mejillas se encendieron tímidamente acusando nuestras inhibiciones en retirada.

Estábamos relajados, escuchaste muy atenta mis aventuras arqueológicas en Palenque y Tikal trabajando para el INAH. Me preguntaste inquisitiva de mi vida, de mis gustos, de mis enfados y mis desvelos. Ya me tenías desnudo del alma. La botella de vino regateaba las últimas gotas y abrimos una más. Me había olvidado de meter mi nariz entre tus pechos y susurrarte al oído palabras impronunciables. Ya me había olvidado del tiempo pautado, estaba borracho con tu plática y tu madurez; ofrecí pagarte lo que fuera necesario para continuar contigo. Generosa besaste mis labios y sutilmente regresaste la cartera a mi pantalón. Tocaste con tu mano tierna mi mejilla encendida y mesé tu cabello que estaba casi seco. Me platicaste más de ti, desinhibida como yo. De cómo tu padre abusó de ti cuando tenías trece años y quedaste embarazada. De cómo fuiste valiente y decidiste continuar el embarazo y tener a tu hija que en unos días cumplirá trece años y espera el perrito que le prometiste. ¿Cómo te hiciste mujer de una forma tan cruel? Te las tuviste que arreglar sola como una niña mujer en una casa de prostitución de altos vuelos como lo más selecto del menú. Me platicaste de lo que es ser mujer en un país de machos que se regodean con la silueta de las mujeres y antes que lanzar un piropo prefieren mandar una mirada turbia de deseos infames. Cómo aquellos hombres de familia que acompañan a sus hijos a la escuela y que llevan vidas ejemplares como médicos, abogados y arquitectos, se someten a sus instintos cuando se sienten libres de las miradas de los suyos poseyéndote en hoteles de paso.

Las mujeres te miraban prejuiciosas criticando tus vestidos, tus escotes, tu personalidad que detenía el tiempo donde quiera que te presentaras. Sus comentarios hipócritas por debajo de la mesa, lanzando la piedra, que las sepultaría a la primera. Mujeres humilladas entre sus paredes, cobijadas por sus alhajas, sus camionetas y sus hijos bilingües; con matrimonios hundidos en las apariencias, el abuso y la infidelidad. Qué suerte has tenido de mirarte a un espejo y encontrarte a ti, tal cual eres, y no un remedo amargado oculto tras una máscara de Max Factor y cargando con su miseria en bolsas Louis Vuitton piratas. Tuviste la valentía de vivir la vida cuando te daba su peor cara. De seguir adelante con tus sueños, de exorcizar tus demonios, de conservar para ti lo que nadie te podría arrebatar por más que tocaran tu cuerpo. El temple de tu carácter.

La plática se volvió más sombría y dejaste tu nostalgia y tu rabia aflorar y hacerla mía. Llevas tantos años prostituyéndote como edad tiene tu hija. Tomaste malas decisiones con peores compañías. El alcohol lubricaba los aparentes galanteos que iban a terminar indefectiblemente en la cama. Seguiste con la mariguana y terminaste adicta a los anteriores con aderezos de cocaína para cortar el viaje entre clientes y aguantar los días y noches de invites y desenfreno. Te encontraste con la escritura, primero como un juego, después como una forma de desahogar todo lo que habías pasado. Las drogas, los golpes, las vejaciones. Te encontraste en la vida un hombre que solo buscó por su beneficio económico, pero no lo viste porque estabas enamorada. Llegaste inclusive a relacionarte con personas que por seguridad no habré de mencionar aquí. De pronto nos quedamos callados mirándonos, con los ojos encendidos por el vino. Comenzaste a llorar calladamente; tus lágrimas y tu rímel mojaron mis manos y mi camisa. Nos recostamos en la cama y me abrazaste con un cariño antiguo, pronto te quedaste dormida.

Despertaste un par de horas después sobresaltada y repuesta del efecto de las copas de vino. Sentí tus besos sobre mi pecho y tus manos desabotonar mi camisa. Abrí los ojos y estabas sobre mí, vi tus senos desnudos mostrando cicatrices recientes de cirugía. Tome tu carita y besé tus mejillas. “Así no” te dije. No es que sea el mejor hombre del mundo, ni siquiera una buena persona, pero así no. Seguimos platicando un rato largo, salimos del cuarto y bajamos a tomar un café. El caos de la noche, el tráfico del viernes y el trasiego de personas nos fue indiferente. Me dejaste tu cuenta de tuiter: @quimera666. Desde entonces nos encontramos ocasionalmente a tomar café. Dejaste las drogas y tomaste un trabajo de secretaria. Bajó tu nivel de vida claro. Tenías a tu hija en una escuela privada y tuviste que enviarla a una de gobierno. Las ojeras desaparecieron de tu rostro, y tu cabello teñido de rubio dio lugar a un cabello negro ensortijado y brillante.
Nos dimos un primer beso entregado y pensé en todo menos en tener tu cuerpo. Te quería lentamente conmigo. Me enseñaste en esos días que me permitiste conocerte mejor que no es más decente la mujer que lo tiene todo desde siempre, ni la mujer que se sacrifica y ata un hombre que no ama únicamente porque no puede valerse por sí misma. Me enseñante que vale más librarse la vida en la incertidumbre y la valentía pero disfrutando la libertad de saborear la amargura de los propios errores y no de los ajenos. Te sentiste indigna de mí, y eso me causó tanta gracia. Te has construido de tus aciertos y de tus tragedias: del llanto de tu hija; de tus años sobre la espalda; de tus lecturas; de tu bondad. Eres una mujer que mira alto porque has tenido la fortaleza de hacerlo. Yo no sé que viste en mí pero me arrebataste a golpes de dulzura el amor que te profeso. No podía esperar a verte los viernes, después los jueves y al final todos los días. Nos hicimos novios, y luego te pedí que te casaras conmigo y lo hicimos en una hermosa ceremonia de la que sólo fue testigo Dios. Te dedicaste a escribir, y eres autora de las más hermosas historias que jamás he leído.

Yo no creo en el destino ni en la fatalidad. Cuando enfermaste me sentí desorientado, obnubilado, perdido. Afrontaste tu enfermedad digna y con la frente en alto. Dos mastectomías y semanas dolorosas de quimioterapia. Tus cabellos se adelgazaron y cayeron; una tarde me recibiste con la cabeza rapada cubierta por una mascada amarilla. Pagamos tus tratamientos como pudimos y mucho del dinero que ganaste se fue en solventar los honorarios de los médicos, que no modificaron sus tarifas a pesar de nuestras súplicas. Tuvimos que dejar nuestro departamento e irnos a casa de mis padres que después de rechazarte violentamente por ese pasado del que fuiste a la vez víctima y protagonista, se dieron la oportunidad contemplar la transparencia cristalina de un alma que bajo al infierno y regreso de él inmaculada. Mi madre aprendió a quererte a ti y a adorar a su nueva nieta: sufrió tu enfermedad tanto como yo. Tu cuerpo vejado por los médicos cayó vencido y nos dejaste con una sonrisa diciéndonos que pronto estarías bien. Nuestra hija y yo, mis padres: tu familia te recordamos amorosamente y sabemos que desde ahí: desde arriba donde nos contemplas, sigues escribiendo las maravillosas historias que nos contarás cuando al fin estemos juntos.

Ps: Se presentó la oportunidad de que otros conocieran nuestra historia, no como un juego, un chiste o por protagonismo, sino para que todos se den cuenta que mujeres como tú entregan sus caricias a cambio de dinero; pero no entregan su alma, ni su valor, ni el orgullo único de llevar su vida como mejor les parece. Te amo. J.


*Relato de Alejandro.
*Autor Alejandro Sánchez @mondocanne

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